Tuesday, September 17, 2019


Más iniciativas en la lucha anticorrupción
La corrupción es un cáncer que amenaza la propia existencia de la democracia. Involucra a funcionarios públicos, por un lado, y a individuos o corporaciones del sector privado, por otro. El enriquecimiento indebido de éstos resulta de actos ilícitos como soborno, lavado de dinero, fraude, malversación de fondos públicos. Todo disfrazado con ropaje de legalidad que garantiza la impunidad.
La corrupción erosiona los valores y las prácticas republicanas e infecta sus instituciones, incluyendo la división de poderes y el sistema de pesos y contrapesos, la administración de justicia y el sistema electoral, y le quita recursos al Estado para promover el desarrollo económico y reducir la pobreza.
En algunos países, la corrupción también amenaza la libertad de prensa y la independencia judicial, y viola los derechos humanos de los que la investigan -como periodistas, políticos de oposición y jueces-.
En la Argentina, los medios de comunicación y las redes sociales revelan casi diariamente su omnipresencia. Investigaciones periodísticas y numerosas causas judiciales han develado múltiples redes y prácticas corruptas, así como complejas maniobras ilícitas de sectores políticos/electorales, judiciales, empresariales, financieros y comerciales, deportivos, sindicales, militares, servicios de inteligencia y seguridad, y hasta de entidades religiosas. Inclusive hasta el crimen organizado y el terrorismo internacional se encuentran involucrados.
Para peor, la impunidad alcanza a un extraordinario: 90% de los casos que llegan a la Justicia.
La corrupción es un problema complejo de cultura cívica/política (conjunto de valores, actitudes y prácticas de la sociedad y la política). En la lucha contra ella, no hay soluciones mágicas que surjan de una sola decisión y produzcan un cambio definitivo de un día para otro. Su erradicación requiere de un largo proceso de enseñanza y aprendizaje de valores y prácticas como la responsabilidad, la ética, la probidad, la transparencia, la rendición de cuenta, socializados a través del hogar y la familia, el sistema educativo, la iglesia, los clubes sociales y deportivos y los partidos políticos y otros.
A mediano y corto plazo, más allá, obviamente, de la aplicación de la ley existente, del nombramiento del jueces y fiscales probos, de la aprobación de nuevas leyes o de derogación de otras como el fuero legislativo, es de considerar nuevas formas alternativas de lucha contra la corrupción, más radicales, más audaces, con el apoyo de organismos internacionales, como lo han hecho Guatemala y Honduras.
En Guatemala, en 2006, se creó la Comisión Internacional Contra la Impunidad y Corrupción (CICIG) tras un acuerdo entre las Naciones Unidas y el Gobierno, ratificado por la Corte de Constitucionalidad y el Congreso Nacional. Su propósito es apoyar al Ministerio Público, la Policía Nacional y otras instituciones de la Justicia en la investigación de cuerpos ilegales de seguridad y de los delitos cometidos por sus integrantes, y en la persecución penal y desarticulación de tales grupos.
Según su Informe (2017-2108) se judicializaron 16 casos en las áreas de Corrupción en la Administración de Justicia, Corrupción en el Congreso y Financiamiento Ilícito de Campañas. Quizás su más llamativo logro fue la desarticulación del grupo criminal conocido como “La Línea”, que incluye al ex presidente Otto Pérez y su vicepresidente, Roxana Baldetti, quienes tuvieron que renunciar y se encuentran encarcelados.
En enero de 2016, la Secretaría General de la OEA y el gobierno de Honduras constituyeron la Misión de Apoyo contra la Corrupción y la Impunidad en Honduras (MACCIH-OEA). Sus objetivos incluyen: (1) apoyar al Estado hondureño en el cumplimiento de los compromisos internacionales asumidos en la Convención interamericana de los Derechos y Deberes del Hombre y la Convención de las Naciones Unidas contra la Corrupción; (2) fortalecer y colaborar con las instituciones del Estado encargadas de prevenir, investigar, y sancionar actos de corrupción, como la Unidad Fiscal Especial contra la Corrupción y la Impunidad del Ministerio Público; (3) contribuir a mejorar la coordinación entre las distintas instituciones del Estado que trabajan en la materia; (4) proponer al gobierno reformas judiciales para fortalecer el combate a la corrupción; y (5) contribuir al fortalecimiento de los mecanismos de rendición de cuentas de los órganos de Justicia del Estado. Sus informes señalan logros en áreas delictivas como el fraude administrativo, el abuso de autoridad y la violación de deberes de funcionarios públicos.
El gobierno de Ecuador ha anunciado su intención de crear una Comisión similar a la de Guatemala o Honduras, cuya función sería asesorar a los organismos nacionales pertinentes para la detección, investigación y judicialización de casos de corrupción.
En este mundo cada vez más interdependiente y globalizado, la corrupción es un fenómeno, como tantos otros, complejo e inter-méstico (parte internacional y parte doméstico), con orígenes y destinos geográficos variados (ver la Convención Interamericana contra la Corrupción, 1996). No es solamente un mal nacional que socava las instituciones democráticas, el estado de derecho y los derechos humanos, sino que también es transnacional y amenaza todas las democracias del continente. Por ello, su disminución y erradicación requiere la cooperación internacional; requiere de una solución alternativa, no convencional con la colaboración de la comunidad internacional.
¿Tendrá la dirigencia política argentina el coraje político para crear en el país una Comisión Internacional Contra la Corrupción y la Impunidad como las mencionadas, para emprender una lucha efectiva contra la corrupción? ¿O levantarán la bandera del principio de soberanía absoluta, hoy anacrónico, para dejar las cosas como están?
Rubén M. Perina es consultor internacional y ex funcionario de la OEA. Profesor en la George Washington University.

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