Tuesday, January 26, 2021


https://www.perfil.com/noticias/opinion/ruben-perina-amenazas-y-desafios-que-enfrenta-biden.phtml

publicado 1-26-21

 

Amenazas y desafíos que enfrenta Biden

Rubén M. Perina, Ph.D.*

 

La presidencia de Joe Biden enfrenta varios desafíos simultáneos a corto plazo--legados de la desastrosa y bochornosa presidencia de su predecesor.  Superarlos es crucial para la normalización y renovación de la democracia estadounidense y de su liderazgo en el mundo liberal.  

 

 El primero de ellos es normalizar la gobernanza democrática del país: o sea volver a gobernar con competencia, humildad, decencia, empatía, transparencia, racionalidad, rendición de cuentas y efectividad --formulando e implementando políticas públicas basadas en la verdad, en datos y hechos reales, en la ciencia y sus investigaciones y en fuentes fidedignas. Todo lo contrario de su antecesor. Biden ha convocado un equipo de reconocida experiencia y conocimientos, indicando que los desafíos domésticos e internacionales serán abordados adecuadamente.    

 

La prioridad del gobierno de Biden es encarar el dual desafío de la mortal pandemia del covid-19 y su nefasto impacto en la economía y el empleo. Este desafío urgente se ve doblemente complicado por la inexplicable inexistencia en la previa administración de un plan estratégico de coordinación con los estados para distribuir y administrar la vacuna anti-covid.  Tal incompetencia y negligencia ha costado, en menos de un año, más de 400mil muertes, rondando hoy en unos 4mil decesos diarios. La pandemia acabó con la más larga expansión económica en la historia del país, entre 2009 y 2020, a un promedio anual de 2.3%; terminó con una caída de 3.4% del PBI, perdiéndo casi 11 millones de trabajos y alcanzando un 6.7% de desempleo. Para combatir la pandemia y rescatar y reactivar la economía, Biden ha propuesto al Congreso un paquete de 1.9 trillones de dólares, que incluye un plan para vacunar 100 millones personas en los primeros 100 días de su gobierno.

 

Pero en el sistema de gobierno norteamericano el presidente propone y el congreso dispone, y aquí el desafío de Biden será persuadir a los legisladores republicanos (conservadores fiscales) que cuestionarán el paquete por aumentar el déficit (3.7trillones de dólares) y la deuda (27trillones). No le será fácil generar consensos o acuerdos parlamentarios sobre su propuesta, particularmente en el Senado donde la mayoría demócrata es mínima. Si no lo logra, intentará avanzar unilateralmente, pero socavaría su conciliatorio llamado a la unidad y ahondaría la grieta política.

 

Por otro lado, la amenaza del terrorismo doméstico a la institucionalidad del país continúa latente en círculos extremistas  (QAnon,  Proud Boys, Oath Keepers), que siguen propagando en las redes la noción sediciosa  de que los demócratas se robaron las elecciones y que Biden no es el presidente legítimo (la Gran Mentira); hasta difunden que los militares están en control del gobierno y que Biden gobierna desde un estudio de televisión, aunque algunos ya expresan su desilusión con Trump por no haber declarado la ley marcial, cancelado la inauguración y permanecido en el poder.  El gran reto de la nueva administración es cómo erradicar esa minoría extremista sediciosa que invadió el Congreso, de tendencias racista, supremacista, nacionalista y xenofóbica, a la cual Trump incitó a tomar el Capitolio para impedir la certificación de Biden y “salvar” la república de supuestos traidores, incluyendo su propio vicepresidente, Mike Pence

 

También tendrá que contrarrestar el ciber-terrorismo de “hackers” rusos y chinos que, además de ataques cibernéticos contra instituciones gubernamentales y privadas, han amplificado las teorías conspirativas domésticas para generar confusión y desconfianza en los resultados de las elecciones y deslegitimar al gobierno de Biden. Y a ello agregarle los desafíos estratégicos que China, Corea del Norte, Irán y Rusia representan en el plano económico, militar, nuclear, cibernético y espacial. Biden además enfrenta las crecientes demandas para regular el Internet y las redes sociales, a fin de contener la diseminación de noticias falsas y teorías conspirativas que instigan la violencia y la insurrección, pero protegiendo al mismo tiempo la libertad de expresión.


A mediano plazo, el otro gran reto de su gobierno consiste en restaurar la confianza en las instituciones, valores, normas y prácticas que han caracterizado la democracia norteamericana, particularmente entre el electorado republicano al que Trump engañó con que le fue robada la elección. Ello implica además disminuir la inequidad socio-económica, el racismo, la xenofobia, la corrupción, la demagogia y la demonización de la oposición, entre otros. 

 

La combinación, gravedad y urgencia de los desafíos constituyen en realidad una emergencia nacional inusitada. La cuestión es si la nación y sus líderes son capaces de superarla, como se ha preguntado el presidente Biden. Por ahora, la democracia pasó el “stress test” del falso cuestionamiento de las elecciones y la toma sediciosa del Capitolio el inolvidable 6 de enero. El gobierno está nuevamente en manos de adultos responsables y competentes. 

 

Pero la normalización y renovación de la democracia norteamericana tomará su tiempo.  Si se logra, el país recuperará la imagen de aliado y socio previsible y confiable en el mundo democrático y liberal. La sobrevivencia, fortaleza y papel de ese mundo, en un sistema internacional cada vez más contencioso y de rivalidad entre grandes potencias, depende de ello. 

 

 

 

 

 

 

 

 



* analista internacional, reside en Washington, D.C.

 

 

 

 

https://www.clarin.com/opinion/unidos-democracia-dobla-rompe_0_7IG66If-T.html

publicado 1-18-21 y actualizado 1-26-2021

 

La democracia norteamericana no colapsó (se dobló, pero no se rompió)

Rubén M. Perina, Ph.D.

 

Las imágenes del asalto insurreccional al Congreso de Estados Unidos (el Capitolio) el 6 de enero pasado seguramente dio gran satisfacción al mundo autoritario y facho/populista. La horda golpista, incitada por el expresidente Trump y sus cómplices, buscaba impedir la certificación de la victoria electoral de Joe Biden. Para los enemigos de la democracia norteamericana, los dramáticos eventos demostraron su supuesta creciente debilidad y decaimiento, en contraste con la solidez y gobernanza efectiva que exhiben las autocracias pseudo-democráticas (aunque la de Putin ya se tambalea). Según ellos, EEUU ha dejado de ser el modelo de democracia y ha perdido autoridad para arrogarse el rol de promoverla y defenderla por el mundo. Mientras que los demócratas del mundo no dejaron de expresar su genuina consternación y asombro por lo ocurrido, después de todo Estados Unidos es el líder y la potencia indispensable para la sobrevivencia del mundo democrático liberal. 

 

La democracia estadounidense no colapsó, aunque se dobló sin romperse; sobrevivió el inaudito y traicionero ataque desde una de sus propias instituciones, su presidencia nada menos. Las autoridades electorales (inclusive del partido republicano), las cortes estatales y federales, la misma Corte Suprema con jueces nominados por Trump, y hasta legisladores republicanos resistieron las intimidaciones, presiones y denuncias de falso fraude del presidente y sus aliados para revertir los resultados electorales. Se rechazaron más de 60 impugnaciones judiciales. Incapaz de aceptar su derrota, por su narcisismo, Trump siguió insistiendo que le robaron la elección con un gigantesco fraude (la Gran Mentira) y buscó a cualquier costo prevenir la confirmación de Biden, en un vergonzoso intento sedicioso, inédito en la historia contemporánea del país.

 

Desde 2016, vía Twitter y Fox News, Trump ha sabido manipular un sector significativo pero minoritario de la población, mayormente blanco y de clase media, sin educación universitaria, que se siente marginado, ignorado, desconforme y amenazado por el creciente pluralismo racial, por el establishment y la meritocracia, por la automatización y la globalización. Trump explotó y acentuó esos sentimientos con su demagogia, mendacidad, desinformación y mensajes divisivos de miedo y odio, y convenció al sector que él representaba su voz y sus intereses, generando así una base electoral (trumpismo duro) radicalizada, extremista con tendencias populista, autoritaria, racista/supremacista, nacionalista, aislacionista y unilateralista, que lo sigue ciegamente. 

 

Después de las elecciones del 3 de noviembre convocó a sus fanáticos a Washington donde los incitó a impedir el acto formal de ratificación de la victoria de Biden en el seno del Congreso.  Miles de sus frenéticos seguidores llegaron a la capital y luego de su discurso destituyente convergieron en una turba que invadió el Capitolio, un suceso facilitado por el increíble lapso de seguridad en las fuerzas del orden (Mas de 100 vándalos ya se encuentran apresados y procesados). La incitación a la violencia y la arremetida al Congreso fue un acto de insurrección perpetrado por el propio presidente contra la democracia norteamericana, degradándola ante el mundo.  

 

 

 

 

La embestida contra el Capitolio sólo es atribuible a Trump y sus secuaces, que han manipulado maquiavélicamente a su electorado (74 millones vs 81 millones de Biden) con mentiras sobre un inexistente fraude, con una retórica incendiaria, de instigación a la insurrección violenta para revertir la elección, que inevitablemente terminó en el ataque sedicioso al templo de la democracia.  

 

Para su complot parlamentario, Trump contó con 120 representantes (de 538) y 6 senadores (de 100) republicanos cómplices, que objetaron los resultados electorales en Arizona, Pennsylvania y otros estados, en un vano esfuerzo de impedir la confirmación de Biden.  Luego de unas 6 horas de ocupación y vandalismo, se logró desalojar a la turba trumpista y el Congreso reanudó el proceso de confirmación. A las 4 de la mañana el mismo concluyó con las dos Cámaras rechazando las objeciones y ratificando la victoria de Biden. Una contundente derrota para Trump y sus desvergonzados aliados. La agresión contra el Capitolio y la democracia misma es sólo la última expresión de una presidencia bochornosa, la peor en la historia contemporánea de este país, cuyo ocupante ha sido inculpado (impeached), inéditamente, dos veces por la Cámara de Representante. 

Para frustración y disgusto de Trump y sus fanáticos, Biden asumió el 20 de enero.

 

Los autócratas del mundo no deben olvidar que el trumpismo en efecto sufrió un decisiva derrota en el voto popular y en el Colegio Electoral, no logró revertir el resultado electoral en las Cortes y perdió el control del Senado, con la extraordinaria victoria en el estado de Georgia de senadores del Partido Demócrata, un afro-americano (Raphael Warnock) y otro judío (Jon Ossoff), que le darán la mayoría parlamentaria en el Congreso. Además, por su fracasado intento de sedición, ha sido imputado (impeached) por la Cámara de Representantes y espera su juicio en el Senado (8 de febrero) que si lo encuentra culpable, también lo puede inhabilitar para futuras funciones políticas. 

 

Veremos si lo ocurrido fue un hecho aislado o un indicio de la presunta decadencia de la democracia norteamericana. Por eso, el  gran desafío de la administración Biden es restaurar la  fortaleza de la democracia norteamericana y  recuperar su prestigio, influencia y liderazgo en el mundo liberal. Para ello, tendrá que construir puentes y consensos para achicar la grieta que separa el electorado demócrata del trumpista, y tendrá que convencer a éstos de las bondades y promesas de la democracia estadounidense.  Nada nuevo, la democracia siempre es una tarea en progreso, es la práctica imperfecta de un modelo ideal de vida y gobierno que se persigue constantemente. 

 

 

 

 

 

 


https://www.clarin.com/opinion/joe-biden-cambio-continuidad-politica-exterior-unidos_0_2IYazosnz.html

Joe Biden, cambio y continuidad en la política exterior de Estados Unidos

Su presidencia intentará retornar a un rol pro-activo en defensa del mundo liberal que EE.UU lideró desde 1945.

(actualizado)

 

20 de diciembre de 2020

 

Rubén M. Perina, Ph.D.*

 

Con la decisiva victoria electoral de Joe Biden se cierra un insólito paréntesis en la historia contemporánea de Estados Unidos; se termina el mundo trumpiano del narcisismo, incompetencia, mendacidad, realidades alternativas e inéditos ataques a las instituciones democráticas. Es el fin del comportamiento disruptivo, errático y temerario del presidente Trump, así como de sus políticas unilaterales, aislacionistas, proteccionistas, nacionalistas y xenofóbicas. 

 

Como se sabe, no hay política exterior efectiva sin un sólido frente interno; o sea, sin un gobierno legitimo y previsible, una economía pujante y cierto consenso ideológico, cohesión y paz social. Así, Biden querrá reducir la polarización reinante, buscando consensos para manejar la pandemia, la reactivación económica y la reinserción del país en el sistema internacional. También tendrá que ganarse la confianza del 70% de los votantes de Trump que creen en sus falsas denuncias de fraude. 

 

En lo externo, lo discernible hasta hoy es que la presidencia Biden intentará retornar a un rol pro-activo en defensa del mundo liberal que EEUU lideró desde 1945.  En ese cometido tendrá que balancear la eterna tensión estratégica entre la tradición y tentación idealista de promover y defender la democracia y los derechos humanos, versus las exigencias del realismo y el pragmatismo para proteger su intereses económicos y estratégicos. Sobre lo primero, trabajará con los aliados de la Comunidad de Democracias para enfrentar el desafío geopolítico de China y Rusia y contener la expansión de tendencias autocráticas por el globo. Pero en el marco de la nueva realidad multipolar, la rivalidad y balance de poder entre grandes potencias, no sorprenderá el uso de la capacidad diplomática, económica, militar y tecnológica del país para defender sus intereses vitales, ya sea multilateral o unilateralmente. Abordará este desafío combinando el “poder blando” y el “poder duro” del país (“smart power”). 

 

La administración Biden volverá al multilateralismo para manejar temas estratégicos que requieren gobernanza colaborativa (pandemia, degradación ambiental, proliferación nuclear, tiranías y crisis humanitarias, seguridad). Buscará un rapprochement con los aliados tradicionales de Europa y NATO, para contrarrestar el avance geopolítico de Rusia en Ucrania y el Medio Oriente; y lo mimo con los aliados de Asia (Japón, Corea del Sur, Australia) para confrontar el expansionismo geopolítico de China; y retornará a los acuerdos de cambio climático de París y los tratados de limites al desarrollo nuclear de Irán y de control de misiles nucleares con Rusia. No retirará apresuradamente sus tropas de Afganistán e Iraq para prevenir que caigan en manos de extremistas islámicos. Tampoco desechará los acuerdos de Israel con países árabes facilitados por Trump

 

En América Latina, bilateral y multilateralmente, se prevé que la administración Biden muestre un mayor protagonismo en apoyo de las democracias y en contra de las dictaduras de la región. Por la escasez de recursos, debido a la contracción económica causada por la pandemia, la cooperación se impulsará vía la Organización Panamericana para la Salud (OPS), el BID y el Banco Mundial. Pero continuará las denuncias y sanciones diplomáticas, comerciales y financieras contra las dictaduras en Cuba, Nicaragua y Venezuela, y seguirá apoyando las acciones en ese sentido de la OEA y su Secretario General, así como las del Grupo de Lima y de los miembros del TIAR. Pero podría retomar el dialogo con Cuba en busca de una apertura democrática en isla. En Centro América, reactivará la iniciativa de cooperación para el desarrollo que como vicepresidente acordó con Guatemala, Honduras y El Salvador (Triangulo Norte), para contener el flujo migratorio a EEUU.

 

En Venezuela, continuará buscando el desalojo de la dictadura chavista y el retorno de la democracia. No reconocerá al gobierno de Maduro ni la reciente elección fraudulenta de la Asamblea Nacional y mantendrá su reconocimiento al presidente interino, Juan Guaidó. Seguirá “apretando el tornillo” contra los personeros del régimen y contra las compañías chinas de internet que proveen al régimen tecnología para controlar las actividades de los venezolanos, y contra la multinacional rusa Rosneft que comercializa el petróleo venezolano. Rechazará como una amenaza a la paz y seguridad de la región la penetración económica y geopolítica de China, Cuba, Irán y Rusia. Pero es improbable que emprenda un ataque militar al menos que Maduro agreda a sus vecinos o permita la instalación de bases militares de potencias extra-regionales. Y es probable que también muestre su molestia por la complicidad silenciosa que exhiben Lopez Obrador de México y la dupla Fernandez-Kirchner de Argentina con la dictadura. 

 

Por otro lado, la administración Biden seguramente intensificará la colaboración con Colombia y Brasil para combatir las operaciones de la narco-guerrilla en Venezuela y su lavado de dinero que benefician a la cúpula cívico-militar; y seguirá apoyando la dura oposición colombiana del Presidente Duque a Maduro. Aunque con Brasil probablemente se tense la relación por la demanda de contener la deforestación en la Amazonía. Biden apoyará a Argentina en sus negociaciones con el FMI para re-estructurar su gigantesca deuda, pero también apoyará las exigencias del organismo para que el gobierno ajuste las cuentas fiscales y mejore el ambiente empresarial para atraer inversiones o prevenir que dejen el país (Walmart y otras). Y no verá con buenos ojos la complicidad silenciosa del gobierno con las dictaduras en Cuba, Nicaragua y Venezuela.

 

Estados Unidos está de vuelta con cambios y continuidad en su política exterior y con ello se presentan oportunidades y desafíos que los países del hemisferio deberán sopesar.

 

20 de diciembre de 2020



* Analista internacional, reside en Washington, D.C.