Wednesday, June 30, 2021

Por Una Alianza Hemisférica Estratégica  

 

4-4-2021

https://www.clarin.com/opinion/alianza-hemisferica-estrategica-democracias_0_dueHLm5eo.html

 

Rubén M. Perina, Ph.D. 

 

El orden internacional está marcado hoy día por una creciente rivalidad entre los intereses y valores del mundo liberal democrático, por un ladoy los del emergente mundo autocrático por otro.  El primero está representado por potencias como EEUU, la Unión Europea (liderada por Alemania y Francia) Australia, Gran Bretaña, India, Israel, Japón, Sud África y otras de menor calibre.  El segundo por potencias autocráticas, sino dictatoriales, emergentes y revisionistas como China, con un significativo y ascendente poderío económico, militar y tecnológico, y Rusia, de menor capacidad económica, pero con significativo alcance militar y tecnológico. 

 

Esa rivalidad se refleja quizás más específicamente en la relación entre EEUU y China, resultante de la evolución reciente de ambos. Bajo el liderazgo norteamericano, el mundo democrático liberal disfrutó de un breve período de hegemonía mundial luego de la Guerra Fría, tras el colapso del comunismo ruso en 1989, hegemonía que se ha ido disipando por la declinación relativa de EEUU, aunque todavía es la primera potencia mundialParalelamente, se ve el vertiginoso acenso de China procurando una preeminencia económica mundial, proceso que vaticina una rivalidad bipolar con alto grado de conflictividad. Rivalidad que no es a muerte todavía, o de suma-cero, como en la Guerra Fría entre EEUU y la Unión Soviética (1945-1989). Competirán intensamente sobre valores e intereses, pero cooperarán en temas globales estratégicos de interés mutuo.

 

Para mejor adaptarse a ese emergente y conflictivo contexto internacional, algunos expertos han planteado, en busca de autonomía para América Latina, varios modelos de inserción internacional, incluyendo la diplomacia equidistante, la colaboración selectiva, la autonomía estratégica, la neutralidad activa, el realismo periférico y otros.     

 

Aquí el planteo es que América Latina pertenece al mundo liberal democrático por historia, geografía y cultura política; y por eso se propone, al menos para los países de mayor relieve de la región, terminar con el “coqueteo estratégico” y la falaz neutralidad o equidistancia estratégica, que implica una equivalencia moral inexistente entre el mundo democrático y el autocrático; y de una vez por todas comprometerse, con claridad y convicción, sin ambigüedades ni timidez, a una alianza estratégica con el mundo democrático liberal,  con  Estados Unidos a la cabeza. Con un Estados Unidos que hoy día no es ni pretende ser el poder hegemónico y arbitrario de antaño, sino que, según su establishement de política exterior, busca liderar el mundo liberal como socio principal o “primus entre pares.”  

 

¿Cuál es el problema de aliarse a la primera potencia mundial, como hace la mayoría de los países democráticos, que además son los más prósperos del mundo? Esta alianza estratégica con las democracias implica comprometerse firmemente con la defensa y promoción de los preciados valores y prácticas de la democracia, incluyendo el invariable respeto por el estado de derecho y los derechos humanos, la libertad, la dignidad humana y otros. 

 

El compromiso global comienza con una alianza hemisférica estratégica democrática. América Latina es parte del sistema inter-americano, que consagra sus propios e históricos ideales y valores democráticos en instrumentos jurídicos como el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (Rio, 1947), la Organización de los Estados Americanos (Bogotá, 1948) y la Convención Americana de Derechos Humanos (San José, 1969). Estos instrumentos constituyen pilares del sistema de cooperación ínter-americana sobre los cuales se puede construir una alianza con proyección en el nuevo orden mundial. Como bloque mayoritario América Latina, inclusive un sub-bloque como el Mercosur, podría ejercer un papel significativo, no sólo en el desempeño de la alianza hemisférica sino como parte del mundo democrático y liberal en la defensa de la democracia, ante la arremetida del mundo autocrático y dictatorial en el nuevo orden internacional. El compromiso requiere claridad moral/política y no cabe ser neutral o complaciente con las tiranías en Cuba, Nicaragua o Venezuela, con las que no existe equivalencia moral.  

 

La alianza podría incluir una nueva iniciativa de integración comercial para reducir la pobreza en el hemisferio. La democracia debe mostrar que puede resolver problemas y ofrecer oportunidades de progreso y prosperidad. Hay precedentes significativos: La Alianza para el Progreso, ideada y acordada entre los presidentes Frondizi de Argentina, Kubitscheck de Brasil y Kennedy de EEUU, en la década de 1960; o la iniciativa del presidente Bush en 1990 para el libre comercio de las América (ALCA), bien acogida en la Cumbre de las Américas en 1994, pero luego descartada por el trio anti-norteamericano de Chávez, Lula y Kirchner en 2005. La alianza permitiría a América Latina aumentar sucapacidad de defender y proyectar sus valores e intereses en el hemisferio y el concierto internacional, así como de influenciar decisiones sobre desafíos transnacionales como la pandemia, el cambio climático, el narcotráfico, la corrupción, el lavado de dinero, el terrorismo, el crimen organizado, la guerra cibernética y otros. 

 

El compromiso no significa perder la independencia de comerciar activamente con el resto del mundo. El mundo democrático es perfectamente compatible con la apertura económica y comercial, que es además el camino más seguro para la prosperidad de las naciones. Potencias medianas como Alemania, Canadá, Francia, Gran Bretaña, Australia no dudan en alinearse con Estados Unidos en la defensa de la democracia y la libertad, son aliados incondicionales, confiables; pero tampoco por ello dejan de comerciar ampliamente con China y Rusia a pesar de las diferencias ideológicas. Hay desafíos globales e intereses económicos y de seguridad que requieren cooperación, pero sin abandonar los valores democráticos y liberales fundamentales. 

 

 

 

 

 



 analista internacional, reside en Washington, D.C.

Thursday, March 18, 2021

El NO-Intervencionismo es anacrónico

ha sido superado por la promoción y defensa de democracia

2 artículos


https://m.excelsior.com.mx/opinion/opinion-del-experto-nacional/el-anacronismo-del-no-intervencionismo/1436547

El anacronismo del no-intervencionismo

28-3-2021

Por Rubén M. Perina

El principio de no-intervención se instaló en las Américas en el siglo XIX (doctrinas de Calvo y Drago) para proteger (en vano) a los nuevos Estados del retorno del colonialismo/imperialismo europeo y del intervencionismo norteamericano. Pero hoy día, junto con la soberanía absoluta, su validez ha caducado.


La interdependencia entre estados-naciones es tal que no hay temas ni eventos significativos que se circunscriban sólo a las fronteras de un país. Lo que ocurre en un país inevitablemente afecta a otros países y requiere una respuesta colectiva. Así lo exigen los fenómenos intermésticos (parte domésticos y parte internacionales) como el terrorismo, la proliferación nuclear, el narcotráfico, la corrupción, el lavado de dinero, el cambio climático, las pandemias, las guerras arancelarias y tantos otros. La destrucción de la democracia y la violación de los derechos humanos en un país( no solo contravienen la dignidad humana) sino que resultan en autocracias y tiranías ( que)amenazan la seguridad y el bienestar del mundo democrático.


En las Américas (y la Unión Europea), el principio de no-intervención ha sido superado por el compromiso de los Estados del hemisferio (excepto Cuba) de promover y defender la democracia representativa, así como por el derecho de los pueblos a la democracia y por la obligación de sus gobiernos a promoverla y defenderla —preceptos establecidos en la Carta de la OEA (1985), en su Carta Democrática (2001) y en el Tratado del Mercosur y su protocolo de 1998. La evolución de estos compromisos y derechos en el sistema interamericano, sintetizados en el principio de la “promoción y defensa de la democracia”, se constata en los trabajos de Mauricio Alice, Jean M. Arrighi, Tom Farer, Heraldo Muñoz, Fernando Tesón, el Comité Jurídico Interamericano y en mi libro The Organization of American States as the Advocate and Guardian of Democracy. La cristalización de este principio ha sido un logro Latinoamericano, no una imposición de Estados Unidos. Hoy es una obligación y compromiso colectivo y el valor supremo del hemisferio.


Al principio de no-intervención lo han usado dictadores para ocultar su tiranía y abusos de poder, su fraude electoral, sus violaciones a los derechos humanos y políticos y sus crímenes de lesa humanidad. Así lo ha hecho el régimen chavista por 20 años y el régimen castrista por 60 años.


Pero lo que es “intervención” para unos es salvación para otros. Estudiantes, periodistas, políticos y ciudadanos venezolanos que denuncian la tiranía chavista claman por la “intervención” de la comunidad internacional. Para ellos, el verdadero “intervencionismo” proviene de los servicios de inteligencia castristas y de las autocracias china y rusa que sostienen al régimen —amenazando, además, la estabilidad de la región—. En la década de 1970, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA “intervino” en Argentina y salvó la vida de opositores al régimen militar y expuso al mundo su terrorismo de Estado.


Las sanciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea contra allegados al régimen chavista se intensificaron a partir de 2017 debido a su continuo fraude electoral para permanecer en el poder, al aumento de su represión y a su negación a convocar elecciones democráticas y permitir la ayuda humanitaria. Las sanciones coinciden con las condenas al régimen de la mayoría de los miembros de la OEA, del TIAR y del Grupo de Lima, que determinó que el régimen chavista es una amenaza para la democracia, la paz y la seguridad de la región, acordando “implementar las medidas políticas, económicas y financieras que se estimen convenientes para restablecer el orden democrático…”. El Mercosur también suspendió a Maduro en 2017 y la Cumbre de las Américas lo excluyó en 2018.


Hoy día, “intervenir” a favor de la democracia para defenderla y restaurarla, no constituye injerencia indebida en los asuntos internos de un Estado-parte de los compromisos interamericanos. Éstos se han utilizado desde 1991 para prevenir la ruptura del orden democrático o contribuir a restaurarlo en Bolivia, Ecuador, Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua, Paraguay, Perú y Venezuela. La vigencia de la democracia y el respeto por los derechos humanos son la prioridad y los valores supremos del continente; no el anacrónico principio de no-intervención.

 


https://www.clarin.com/opinion/crisis-venezolano-principio-intervencion-limites_0_Hg9JjlOYO.html

Crisis venezolana: el principio de la no intervención tiene sus límites

Ha sido superado por el compromiso de promover y defender la democracia representativa.

28-2-2021

Rubén M. Perina

 

El principio de la no-intervención con frecuencia ha sido utilizado por dictadores para ocultar y proteger su tiranía, su abuso de poder, sus atrocidades humanitarias y violaciones a los derechos humanos y políticos de sus oponentes, incluyendo sus crímenes de lesa humanidad. Eso es lo que ha hecho el régimen chavista por más de 20 años y el régimen castrista por más de 60 años.


En el mundo actual, por lo menos en las Américas (y en la Unión Europea), el principio de no-intervención ha sido superado por el compromiso de promover y defender la democracia representativa, así como por el derecho de los pueblos a la democracia y la obligación de sus gobiernos a promoverla y defenderla – principios y derechos establecidos en la Carta de la OEA (1985), en su Carta Democrática Interamericana (2001) y en el Tratado del Mercosur (compromiso democrático de Ushuaia de 1998).


La evolución del principio de la “promoción y defensa de la democracia” en el sistema interamericano se puede constar en los trabajos de Mauricio Alice, Michel Arrighi, Tom Farer, Heraldo Muñoz, Fernando Tesón, el Comité Jurídico Interamericano, y en mi libro “The Organization of American States as the Advocate and Guardian of Democracy”.

Este desarrollo no ha sido por imposición de Estados Unidos; representa la cristalización de una histórica aspiración de los demócratas de las Américas.


La vigencia de la democracia y los derechos humanos hoy día son prioritarios y de mayor relevancia que el principio de la no-intervención, al menos en el mundo democrático y liberal, que compite con las nuevas autocracias y dictaduras del globo. No ser indiferente a las violaciones a los derechos humanos y la destrucción del orden democrático e involucrarse en su protección y restauración es una obligación y un compromiso de las democracias contemporáneas.


La imposición de sanciones diplomáticas, comerciales y financieras en las relaciones internacionales actuales es un instrumento más de política exterior para defender y promover la democracia; y parece anacrónico argüir, como lo hace una reciente columna en este medio, que las sanciones contra la dictadura de Maduro en Venezuela son una violación del principio de la no-intervención.


A partir de 2017, la administración Trump específicamente sancionó a más de 180 individuos allegados al régimen y unas 27 compañías venezolanas utilizadas por la dictadura, incluyendo la petrolera estatal PdVSA (principal fuente de divisas).

Las sanciones resultan también de la preocupación por la creciente injerencia e influencia en Venezuela y la región de China, Cuba, Irán, Rusia que sostienen al régimen con ayuda financiera, tecnológica, económica, militar, lavado de dinero, contrabando y servicios de inteligencia y seguridad. Sus actividades además se perciben como una amenaza a la estabilidad y seguridad de la región.


Las sanciones impuestas (que la administración Biden continuará), no constituyen un antojo ni un intervencionismo unilateral norteamericano; coinciden con varias resoluciones de condena y repudio al régimen por parte de las democracias del hemisferio y de la Unión Europea --particularmente a partir de 2016.


La mayoría de los Estados miembros de la OEA y del TIAR han establecido que el régimen chavista es ilegítimo y constituye una amenaza para la democracia, la paz y la seguridad de la región, y han acordado, en el marco de la Asamblea General de OEA, del Grupo de Lima y de los Estados Partes del TIAR…“implementar las medidas políticas, económicas y financieras que estimen conveniente, para coadyuvar al restablecimiento del orden democrático…” en Venezuela.También suspendieron a Maduro del Mercosur en 2017 y lo excluyeron de la Cumbre de las Américas en 2018.


Las sanciones más duras (2019-20) comenzaron después del colapso económico y las calamidad humanitaria y migratoria producidas por el régimen; no son la causa de la tragedia venezolana. Su verdadera causa son las nefastas políticas populistas del régimen, su corrupción e incompetencia. Imposible absolver al régimen de su responsabilidad por la calamidad venezolana.


Las sanciones aumentaron porque el diálogo prometido por Chávez y Maduro, acogido y hasta facilitado por la comunidad internacional desde 2002, fue una farsa, una distracción para no convocar elecciones democráticas y mantenerse en el poder; y porque el chavismo continuó con su fraude electoral y siguió persiguiendo, exiliando, encarcelando, torturando y asesinando a sus opositores, con el apoyo y complicidad de la dictadura castrista, las autocracias china y rusa y la teocracia iraní. Lo único que falta ahora es pretender que las sanciones son la causa de la continua tiranía del régimen.


Es entendible que los demócratas del mundo insistan en una solución negociada como la impulsada del Grupo Internacional de Contacto (GIC). El llamado a la negociación es de rigor. Pero no se puede ignorar las múltiples negociaciones que el régimen ha saboteado por más de 20 años para permanecer en el poder. El régimen sabe que no puede competir en elecciones íntegras, porque sabe que las pierde y con ello pierde el poder y la inmunidad e impunidad que protege a sus miembros de ser enjuiciados por los crímenes cometidos. Los chavistas como los castristas no están dispuestos a competir en elecciones limpias.


Pero si el objetivo es contener la tragedia humanitaria venezolana, lo más efectivo sería exigir a Maduro que convoque a elecciones democráticas y observadas internacionalmente. Con la convocatoria, las sanciones se levantarían inmediatamente, se terminaría la violación a los derechos humanos y políticos y se restauraría la democracia en Venezuela. 



NOTA:   La interdependencia entre estados-naciones es tal que no hay temas ni eventos significativos que se circunscriban sólo a las fronteras de un país. Lo que ocurre en un país inevitablemente afecta a otros países y requiere una respuesta colectiva. Así lo exigen los fenómenos intermésticos (parte domésticos y parte internacionales) como el terrorismo, la proliferación nuclear, el narcotráfico, la corrupción, el lavado de dinero, el cambio climático, las pandemias, las guerras arancelarias y tantos otros. La destrucción de la democracia y la violación de los derechos humanos en un país( no solo contravienen la dignidad humana) sino que resultan en autocracias y tiranías ( que)amenazan la seguridad y el bienestar del mundo democrático. 

 

Tuesday, January 26, 2021


https://www.perfil.com/noticias/opinion/ruben-perina-amenazas-y-desafios-que-enfrenta-biden.phtml

publicado 1-26-21

 

Amenazas y desafíos que enfrenta Biden

Rubén M. Perina, Ph.D.*

 

La presidencia de Joe Biden enfrenta varios desafíos simultáneos a corto plazo--legados de la desastrosa y bochornosa presidencia de su predecesor.  Superarlos es crucial para la normalización y renovación de la democracia estadounidense y de su liderazgo en el mundo liberal.  

 

 El primero de ellos es normalizar la gobernanza democrática del país: o sea volver a gobernar con competencia, humildad, decencia, empatía, transparencia, racionalidad, rendición de cuentas y efectividad --formulando e implementando políticas públicas basadas en la verdad, en datos y hechos reales, en la ciencia y sus investigaciones y en fuentes fidedignas. Todo lo contrario de su antecesor. Biden ha convocado un equipo de reconocida experiencia y conocimientos, indicando que los desafíos domésticos e internacionales serán abordados adecuadamente.    

 

La prioridad del gobierno de Biden es encarar el dual desafío de la mortal pandemia del covid-19 y su nefasto impacto en la economía y el empleo. Este desafío urgente se ve doblemente complicado por la inexplicable inexistencia en la previa administración de un plan estratégico de coordinación con los estados para distribuir y administrar la vacuna anti-covid.  Tal incompetencia y negligencia ha costado, en menos de un año, más de 400mil muertes, rondando hoy en unos 4mil decesos diarios. La pandemia acabó con la más larga expansión económica en la historia del país, entre 2009 y 2020, a un promedio anual de 2.3%; terminó con una caída de 3.4% del PBI, perdiéndo casi 11 millones de trabajos y alcanzando un 6.7% de desempleo. Para combatir la pandemia y rescatar y reactivar la economía, Biden ha propuesto al Congreso un paquete de 1.9 trillones de dólares, que incluye un plan para vacunar 100 millones personas en los primeros 100 días de su gobierno.

 

Pero en el sistema de gobierno norteamericano el presidente propone y el congreso dispone, y aquí el desafío de Biden será persuadir a los legisladores republicanos (conservadores fiscales) que cuestionarán el paquete por aumentar el déficit (3.7trillones de dólares) y la deuda (27trillones). No le será fácil generar consensos o acuerdos parlamentarios sobre su propuesta, particularmente en el Senado donde la mayoría demócrata es mínima. Si no lo logra, intentará avanzar unilateralmente, pero socavaría su conciliatorio llamado a la unidad y ahondaría la grieta política.

 

Por otro lado, la amenaza del terrorismo doméstico a la institucionalidad del país continúa latente en círculos extremistas  (QAnon,  Proud Boys, Oath Keepers), que siguen propagando en las redes la noción sediciosa  de que los demócratas se robaron las elecciones y que Biden no es el presidente legítimo (la Gran Mentira); hasta difunden que los militares están en control del gobierno y que Biden gobierna desde un estudio de televisión, aunque algunos ya expresan su desilusión con Trump por no haber declarado la ley marcial, cancelado la inauguración y permanecido en el poder.  El gran reto de la nueva administración es cómo erradicar esa minoría extremista sediciosa que invadió el Congreso, de tendencias racista, supremacista, nacionalista y xenofóbica, a la cual Trump incitó a tomar el Capitolio para impedir la certificación de Biden y “salvar” la república de supuestos traidores, incluyendo su propio vicepresidente, Mike Pence

 

También tendrá que contrarrestar el ciber-terrorismo de “hackers” rusos y chinos que, además de ataques cibernéticos contra instituciones gubernamentales y privadas, han amplificado las teorías conspirativas domésticas para generar confusión y desconfianza en los resultados de las elecciones y deslegitimar al gobierno de Biden. Y a ello agregarle los desafíos estratégicos que China, Corea del Norte, Irán y Rusia representan en el plano económico, militar, nuclear, cibernético y espacial. Biden además enfrenta las crecientes demandas para regular el Internet y las redes sociales, a fin de contener la diseminación de noticias falsas y teorías conspirativas que instigan la violencia y la insurrección, pero protegiendo al mismo tiempo la libertad de expresión.


A mediano plazo, el otro gran reto de su gobierno consiste en restaurar la confianza en las instituciones, valores, normas y prácticas que han caracterizado la democracia norteamericana, particularmente entre el electorado republicano al que Trump engañó con que le fue robada la elección. Ello implica además disminuir la inequidad socio-económica, el racismo, la xenofobia, la corrupción, la demagogia y la demonización de la oposición, entre otros. 

 

La combinación, gravedad y urgencia de los desafíos constituyen en realidad una emergencia nacional inusitada. La cuestión es si la nación y sus líderes son capaces de superarla, como se ha preguntado el presidente Biden. Por ahora, la democracia pasó el “stress test” del falso cuestionamiento de las elecciones y la toma sediciosa del Capitolio el inolvidable 6 de enero. El gobierno está nuevamente en manos de adultos responsables y competentes. 

 

Pero la normalización y renovación de la democracia norteamericana tomará su tiempo.  Si se logra, el país recuperará la imagen de aliado y socio previsible y confiable en el mundo democrático y liberal. La sobrevivencia, fortaleza y papel de ese mundo, en un sistema internacional cada vez más contencioso y de rivalidad entre grandes potencias, depende de ello. 

 

 

 

 

 

 

 

 



* analista internacional, reside en Washington, D.C.

 

 

 

 

https://www.clarin.com/opinion/unidos-democracia-dobla-rompe_0_7IG66If-T.html

publicado 1-18-21 y actualizado 1-26-2021

 

La democracia norteamericana no colapsó (se dobló, pero no se rompió)

Rubén M. Perina, Ph.D.

 

Las imágenes del asalto insurreccional al Congreso de Estados Unidos (el Capitolio) el 6 de enero pasado seguramente dio gran satisfacción al mundo autoritario y facho/populista. La horda golpista, incitada por el expresidente Trump y sus cómplices, buscaba impedir la certificación de la victoria electoral de Joe Biden. Para los enemigos de la democracia norteamericana, los dramáticos eventos demostraron su supuesta creciente debilidad y decaimiento, en contraste con la solidez y gobernanza efectiva que exhiben las autocracias pseudo-democráticas (aunque la de Putin ya se tambalea). Según ellos, EEUU ha dejado de ser el modelo de democracia y ha perdido autoridad para arrogarse el rol de promoverla y defenderla por el mundo. Mientras que los demócratas del mundo no dejaron de expresar su genuina consternación y asombro por lo ocurrido, después de todo Estados Unidos es el líder y la potencia indispensable para la sobrevivencia del mundo democrático liberal. 

 

La democracia estadounidense no colapsó, aunque se dobló sin romperse; sobrevivió el inaudito y traicionero ataque desde una de sus propias instituciones, su presidencia nada menos. Las autoridades electorales (inclusive del partido republicano), las cortes estatales y federales, la misma Corte Suprema con jueces nominados por Trump, y hasta legisladores republicanos resistieron las intimidaciones, presiones y denuncias de falso fraude del presidente y sus aliados para revertir los resultados electorales. Se rechazaron más de 60 impugnaciones judiciales. Incapaz de aceptar su derrota, por su narcisismo, Trump siguió insistiendo que le robaron la elección con un gigantesco fraude (la Gran Mentira) y buscó a cualquier costo prevenir la confirmación de Biden, en un vergonzoso intento sedicioso, inédito en la historia contemporánea del país.

 

Desde 2016, vía Twitter y Fox News, Trump ha sabido manipular un sector significativo pero minoritario de la población, mayormente blanco y de clase media, sin educación universitaria, que se siente marginado, ignorado, desconforme y amenazado por el creciente pluralismo racial, por el establishment y la meritocracia, por la automatización y la globalización. Trump explotó y acentuó esos sentimientos con su demagogia, mendacidad, desinformación y mensajes divisivos de miedo y odio, y convenció al sector que él representaba su voz y sus intereses, generando así una base electoral (trumpismo duro) radicalizada, extremista con tendencias populista, autoritaria, racista/supremacista, nacionalista, aislacionista y unilateralista, que lo sigue ciegamente. 

 

Después de las elecciones del 3 de noviembre convocó a sus fanáticos a Washington donde los incitó a impedir el acto formal de ratificación de la victoria de Biden en el seno del Congreso.  Miles de sus frenéticos seguidores llegaron a la capital y luego de su discurso destituyente convergieron en una turba que invadió el Capitolio, un suceso facilitado por el increíble lapso de seguridad en las fuerzas del orden (Mas de 100 vándalos ya se encuentran apresados y procesados). La incitación a la violencia y la arremetida al Congreso fue un acto de insurrección perpetrado por el propio presidente contra la democracia norteamericana, degradándola ante el mundo.  

 

 

 

 

La embestida contra el Capitolio sólo es atribuible a Trump y sus secuaces, que han manipulado maquiavélicamente a su electorado (74 millones vs 81 millones de Biden) con mentiras sobre un inexistente fraude, con una retórica incendiaria, de instigación a la insurrección violenta para revertir la elección, que inevitablemente terminó en el ataque sedicioso al templo de la democracia.  

 

Para su complot parlamentario, Trump contó con 120 representantes (de 538) y 6 senadores (de 100) republicanos cómplices, que objetaron los resultados electorales en Arizona, Pennsylvania y otros estados, en un vano esfuerzo de impedir la confirmación de Biden.  Luego de unas 6 horas de ocupación y vandalismo, se logró desalojar a la turba trumpista y el Congreso reanudó el proceso de confirmación. A las 4 de la mañana el mismo concluyó con las dos Cámaras rechazando las objeciones y ratificando la victoria de Biden. Una contundente derrota para Trump y sus desvergonzados aliados. La agresión contra el Capitolio y la democracia misma es sólo la última expresión de una presidencia bochornosa, la peor en la historia contemporánea de este país, cuyo ocupante ha sido inculpado (impeached), inéditamente, dos veces por la Cámara de Representante. 

Para frustración y disgusto de Trump y sus fanáticos, Biden asumió el 20 de enero.

 

Los autócratas del mundo no deben olvidar que el trumpismo en efecto sufrió un decisiva derrota en el voto popular y en el Colegio Electoral, no logró revertir el resultado electoral en las Cortes y perdió el control del Senado, con la extraordinaria victoria en el estado de Georgia de senadores del Partido Demócrata, un afro-americano (Raphael Warnock) y otro judío (Jon Ossoff), que le darán la mayoría parlamentaria en el Congreso. Además, por su fracasado intento de sedición, ha sido imputado (impeached) por la Cámara de Representantes y espera su juicio en el Senado (8 de febrero) que si lo encuentra culpable, también lo puede inhabilitar para futuras funciones políticas. 

 

Veremos si lo ocurrido fue un hecho aislado o un indicio de la presunta decadencia de la democracia norteamericana. Por eso, el  gran desafío de la administración Biden es restaurar la  fortaleza de la democracia norteamericana y  recuperar su prestigio, influencia y liderazgo en el mundo liberal. Para ello, tendrá que construir puentes y consensos para achicar la grieta que separa el electorado demócrata del trumpista, y tendrá que convencer a éstos de las bondades y promesas de la democracia estadounidense.  Nada nuevo, la democracia siempre es una tarea en progreso, es la práctica imperfecta de un modelo ideal de vida y gobierno que se persigue constantemente. 

 

 

 

 

 

 


https://www.clarin.com/opinion/joe-biden-cambio-continuidad-politica-exterior-unidos_0_2IYazosnz.html

Joe Biden, cambio y continuidad en la política exterior de Estados Unidos

Su presidencia intentará retornar a un rol pro-activo en defensa del mundo liberal que EE.UU lideró desde 1945.

(actualizado)

 

20 de diciembre de 2020

 

Rubén M. Perina, Ph.D.*

 

Con la decisiva victoria electoral de Joe Biden se cierra un insólito paréntesis en la historia contemporánea de Estados Unidos; se termina el mundo trumpiano del narcisismo, incompetencia, mendacidad, realidades alternativas e inéditos ataques a las instituciones democráticas. Es el fin del comportamiento disruptivo, errático y temerario del presidente Trump, así como de sus políticas unilaterales, aislacionistas, proteccionistas, nacionalistas y xenofóbicas. 

 

Como se sabe, no hay política exterior efectiva sin un sólido frente interno; o sea, sin un gobierno legitimo y previsible, una economía pujante y cierto consenso ideológico, cohesión y paz social. Así, Biden querrá reducir la polarización reinante, buscando consensos para manejar la pandemia, la reactivación económica y la reinserción del país en el sistema internacional. También tendrá que ganarse la confianza del 70% de los votantes de Trump que creen en sus falsas denuncias de fraude. 

 

En lo externo, lo discernible hasta hoy es que la presidencia Biden intentará retornar a un rol pro-activo en defensa del mundo liberal que EEUU lideró desde 1945.  En ese cometido tendrá que balancear la eterna tensión estratégica entre la tradición y tentación idealista de promover y defender la democracia y los derechos humanos, versus las exigencias del realismo y el pragmatismo para proteger su intereses económicos y estratégicos. Sobre lo primero, trabajará con los aliados de la Comunidad de Democracias para enfrentar el desafío geopolítico de China y Rusia y contener la expansión de tendencias autocráticas por el globo. Pero en el marco de la nueva realidad multipolar, la rivalidad y balance de poder entre grandes potencias, no sorprenderá el uso de la capacidad diplomática, económica, militar y tecnológica del país para defender sus intereses vitales, ya sea multilateral o unilateralmente. Abordará este desafío combinando el “poder blando” y el “poder duro” del país (“smart power”). 

 

La administración Biden volverá al multilateralismo para manejar temas estratégicos que requieren gobernanza colaborativa (pandemia, degradación ambiental, proliferación nuclear, tiranías y crisis humanitarias, seguridad). Buscará un rapprochement con los aliados tradicionales de Europa y NATO, para contrarrestar el avance geopolítico de Rusia en Ucrania y el Medio Oriente; y lo mimo con los aliados de Asia (Japón, Corea del Sur, Australia) para confrontar el expansionismo geopolítico de China; y retornará a los acuerdos de cambio climático de París y los tratados de limites al desarrollo nuclear de Irán y de control de misiles nucleares con Rusia. No retirará apresuradamente sus tropas de Afganistán e Iraq para prevenir que caigan en manos de extremistas islámicos. Tampoco desechará los acuerdos de Israel con países árabes facilitados por Trump

 

En América Latina, bilateral y multilateralmente, se prevé que la administración Biden muestre un mayor protagonismo en apoyo de las democracias y en contra de las dictaduras de la región. Por la escasez de recursos, debido a la contracción económica causada por la pandemia, la cooperación se impulsará vía la Organización Panamericana para la Salud (OPS), el BID y el Banco Mundial. Pero continuará las denuncias y sanciones diplomáticas, comerciales y financieras contra las dictaduras en Cuba, Nicaragua y Venezuela, y seguirá apoyando las acciones en ese sentido de la OEA y su Secretario General, así como las del Grupo de Lima y de los miembros del TIAR. Pero podría retomar el dialogo con Cuba en busca de una apertura democrática en isla. En Centro América, reactivará la iniciativa de cooperación para el desarrollo que como vicepresidente acordó con Guatemala, Honduras y El Salvador (Triangulo Norte), para contener el flujo migratorio a EEUU.

 

En Venezuela, continuará buscando el desalojo de la dictadura chavista y el retorno de la democracia. No reconocerá al gobierno de Maduro ni la reciente elección fraudulenta de la Asamblea Nacional y mantendrá su reconocimiento al presidente interino, Juan Guaidó. Seguirá “apretando el tornillo” contra los personeros del régimen y contra las compañías chinas de internet que proveen al régimen tecnología para controlar las actividades de los venezolanos, y contra la multinacional rusa Rosneft que comercializa el petróleo venezolano. Rechazará como una amenaza a la paz y seguridad de la región la penetración económica y geopolítica de China, Cuba, Irán y Rusia. Pero es improbable que emprenda un ataque militar al menos que Maduro agreda a sus vecinos o permita la instalación de bases militares de potencias extra-regionales. Y es probable que también muestre su molestia por la complicidad silenciosa que exhiben Lopez Obrador de México y la dupla Fernandez-Kirchner de Argentina con la dictadura. 

 

Por otro lado, la administración Biden seguramente intensificará la colaboración con Colombia y Brasil para combatir las operaciones de la narco-guerrilla en Venezuela y su lavado de dinero que benefician a la cúpula cívico-militar; y seguirá apoyando la dura oposición colombiana del Presidente Duque a Maduro. Aunque con Brasil probablemente se tense la relación por la demanda de contener la deforestación en la Amazonía. Biden apoyará a Argentina en sus negociaciones con el FMI para re-estructurar su gigantesca deuda, pero también apoyará las exigencias del organismo para que el gobierno ajuste las cuentas fiscales y mejore el ambiente empresarial para atraer inversiones o prevenir que dejen el país (Walmart y otras). Y no verá con buenos ojos la complicidad silenciosa del gobierno con las dictaduras en Cuba, Nicaragua y Venezuela.

 

Estados Unidos está de vuelta con cambios y continuidad en su política exterior y con ello se presentan oportunidades y desafíos que los países del hemisferio deberán sopesar.

 

20 de diciembre de 2020



* Analista internacional, reside en Washington, D.C.