Thursday, November 26, 2020

No termina hasta que termina…..

 

https://www.clarin.com/opinion/proceso-electoral-ee-uu-todavia-concluido_0_ifUtlNLiw.html

23 de noviembre de 2020

 

El proceso electoral en EE.UU. todavía no ha concluído
El Colegio Electoral debe cumplir antes varios requisitos constitucionales.

 

Rubén M. Perina, Ph.D.

 

En el baseball, un deporte que no se juega con tiempos, hay un dicho: el partido “no termina hasta que termina”. El proceso electoral norteamericano no ha terminado con las elecciones del 3 de noviembre, y el resultado definitivo no se confirmará hasta que éste se certifique por las autoridades electorales de cada estado (Trump cuestiona los resultados en varios de ellos) y hasta que la lista de electores ganadora se envíe al Congreso Nacional, donde, en sesión conjunta se proclamará el nuevo presidente el 6 de enero de 2021. (Recordar que al votar por presidente en EEUU en realidad se vota por una lista de electores para el Colegio Electoral).

Pero el proceso del Colegio Electoral tiene que cumplir varios requisitos constitucionales, con fechas perentorias. Para el 8 de diciembre cada estado debe resolver cualquier controversia sobre los comicios o la lista de electores, y para el 14 de diciembre, los electores deben reunirse en cada estado y votar por su candidato. Seguidamente, las autoridades electorales y el gobernador certifican y envian la lista de electores con sus votos para el 23 de diciembre al presidente del Senado Nacional.

Sin embargo, en el ínterin, en cualquier estado se puede impugnar o judicializar el proceso por supuesto fraude, emergencia nacional o interferencia extranjera. Los cuestionamientos pueden resolverse por las Cortes o por recuento de votos y/o auditorías del proceso.  El recuento es automático en casos en que el margen de victoria sea muy estrecho (menos de 0.5 %), pero rara vez se modifica el resultado. El proceso es seguro y confiable debido a los controles cruzados y la transparencia existente. Varias impugnaciones ya han sido rechazadas en las Cortes estatales de Arizona, Michigan y Pennsylvania por falta de méritos.

Pero si las controversias no se resuelven para las fechas perentorias, ello podría impedir que los electores se reúnan y que el gobernador envíe la lista de electores y sus votos al Senado. Inclusive la legislatura estatal podría intervenir (constitucionalmente puede hacerlo) y decidir que el voto popular fue irregular y no confiable, y podría determinar que la lista de electores válida es la del partido que controla la legislatura (una posibilidad aberrante). Ello podría significar que las dos Cámaras del Congreso Nacional no concordasen en ratificar los resultados o simplemente que nadie obtenga los 270 votos necesarios, como ocurrió en 1876 -- ocasión en que se nombró una comisión bicameral que eventualmente decidió, tras controvertidas negociaciones, que los cuestionados electores de Rutherford Hays tenían la mayoría.

Pero hay otra valla que complica el juego: Trump y los Republicanos despechados y desquiciados por la derrota que consideran injusta. Estos no reconocen o no les importa que Biden haya ganado en buena lid; ignoran que en la democracia como en los deportes hay que saber ganar con magnanimidad y perder con dignidad.

Lo traumático para el país es que Trump sigue denunciando un fraude que no puede demostrar, judicializando la revisión de resultados, desinformado a su base con descabelladas mentiras vía tweets y Fox News, no reconociendo a Biden y rehusando comenzar la transición. Tal es así que Twitter retiró 300 mil envíos de Trump por falsos; pero su desinformación ha calado: el 75% de Republicanos cree que Biden no ganó legítimamente. El objetivo de Trump es deslegitimar al gobierno, sin importarle que así socava la confianza en las instituciones republicanas de la democracia norteamericana y su liderazgo en el mundo liberal.

Todo ello a pesar de que la mayoría del electorado y los medios saben que Biden ha ganado con más de 80 millones contra 74 millones en el voto popular y 306 a 232 en el Colegio Electoral. (Victoria decisiva para un “challenger”, pocas veces vista). Además, varias autoridades electorales y de seguridad, incluyendo Republicanos, han declarado que la elección fue la más segura en la historia.

La demora en reconocer la derrota y facilitar la transición al nuevo gobierno no sólo obstaculiza la lucha contra el covid-19 y los esfuerzos de recuperación económica, sino que también amenaza la seguridad nacional. Para el general John Kelly, ex jefe de gabinete de Trump, la demora y los recientes cambios drásticos en el mando militar del Pentágono es alarmante y puede tener consecuencias catastróficas. El ex director de la CIA, John Brennan, hasta ha sugerido que el despechado presidente podría iniciar una acción militar en algún país, retirar abruptamente tropas de Afganistán o divulgar secretos de seguridad nacional. Prominentes Republicanos ya han advertido lo mismo y han exigido se comparta información sobre seguridad nacional con el presidente electo.

El proceso puede terminar de dos maneras: una institucional y tradicional, en la que el juego continúa según las reglas y normas establecidas, con la concesión de Trump, hasta el 6 de enero, cuando se proclama el presidente; continuando hasta el 20 de enero (último “inning”), cuando termina con Biden asumiendo la presidencia. La otra, ominosa y bochornosa, en la que Trump no reconoce la victoria de Biden y es desalojado de la Casa Blanca por el Servicio Secreto. De cualquier manera, cuando termine el proceso se habrá contenido un peligroso deterioro y autocratización de la democracia estadounidense.

 

Sunday, November 22, 2020

https://www.infobae.com/america/opinion/2020/11/16/la-division-en-el-electorado-estadounidense/ 

 

OPINIÓN

La división en el electorado estadounidense

El país sigue dividido en dos grandes bandos o “tribus” políticas. ¿Quiénes conforman estos campos?

Rubén M. Perina

16 de Noviembre de 2020

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El resultado de las elecciones de 3 de noviembre no terminó siendo una ola azul como pronosticaban las encuestas. La victoria de Biden no fue un repudio humillante y abrumador al presidente Trump, como los Demócratas (“Dems”) esperaban y deseaban. Según datos preliminares, Biden ganó 78.3 millones a 72.3 millones en el voto popular y 306 a 232 en el voto del Colegio Electoral. Sin mandato apabullante en contra de los republicanos (“Reps”), el país sigue dividido en dos grandes bandos o “tribus” políticas.

¿Pero quiénes conforman estos campos? Datos publicados en recientes libros y encuestas en el Washington Post y el New York Times nos dan una idea aproximada:

Tradicionalmente votan por “Reps”  sectores socio-económicos conservadores que en su mayoría prefieren bajos impuestos y menos interferencia del estado regulando la economía o limitando libertades personales. Pero la demagogia de la campaña y presidencia de Trump trajo al partido un componente populista: una mayoría en sectores de obreros mal remunerados o desempleados y disgustados con la globalización, la automatización y la emigración de industrias a México o China, particularmente desde estados pendulares cruciales para el Colegio Electoral como Michigan, Ohio y Pennsylvania. Trump reconoció el poderío electoral de los “descontentos,” y les dio voz.

Este sector de “descontentos”, mayoritariamente mujeres y hombres blancos entre 40-60 años, sin educación universitaria, estancados en ciudades o zonas des-industrializadas, en 2016 se sentían sin futuro, ignorados, relegados o despreciados por las élites tradicionales del país. De allí surge su desdeño, desconfianza e impaciencia con el “establishment” político, burocrático y tecnocrático, con los medios y con la meritocracia de profesionales urbanos y cosmopolitas de las grandes metrópolis -percibidos como elitistas y arrogantes, progresistas (liberales) y hasta socialistas. En la tribu “Rep” también predominan tendencias autoritarias y autocráticas, nacionalistas, anti-inmigrantes, aislacionistas y unilateralistas. La mayoría de esta coalición “conservadora/populista” reside en ciudades con menos de 1 millón de habitantes y en estados mayormente rurales y agrícola-ganaderos, desde el centro norte, pasando por el mero centro hasta el sur -casi todos menos prósperos que los estados post-industriales de las costas del oeste y nordeste.

Por su parte, los votantes del Partido Demócrata son tradicionalmente mas diversos que los “Reps”. La tribu incluye una mayoría de blancos pudientes (más mujeres que hombres) con educación universitaria y con preferencias progresistas (liberales) y globalistas. Pero el partido también atrae una amplia mayoría de afroamericanos y una mayoría menor de latinos (cubanos, puertorriqueños, centro y sud americanos residentes de Florida, Nevada, Arizona, Texas, New York, Illinois) y parece haber recuperado el apoyo de una mayoría del sector obrero blanco en Michigan y Pennsylvania. La mayoría de estos votantes son obreros o empleados del sector servicio, sin educación universitaria y con bajos salarios. Los votantes jóvenes (menor de 30 años) prefieren los “Dems”, mientras que los votantes mayores de 65 años dividen sus preferencias 50-50.En su mayoría, los “Dems” residen en los estados prósperos de las costas del oeste y del noroeste y en centros metropolitanos con más de 1 millón de habitantes.

El pequeño margen electoral entre Biden y Trump refleja ese mundo político polarizado, dividido. Biden ganó el voto popular por menos de 3 puntos porcentuales, como ocurrió en las elecciones de 1960, 1968, 1976, pero también ganó el voto del Colegio Electoral, a diferencia de lo que pasó con Bush (h) en 2000 y con Trump en 2016 que perdieron el voto popular pero ganaron el voto electoral. El apretado resultado también se dio en la Cámara de Representantes, donde se redujo la mayoría de los “Dems”, y en el Senado los “Reps” necesitan ganar la segunda vuelta de las dos bancas del estado de Georgia para mantener su mínima mayoría.

Pero el problema hoy es que Trump no reconoce la victoria de Biden, rehúsa comenzar el proceso de transición requerido por ley, denuncia fraude sin evidencias y judicializa la revisión de resultados, cuando la probabilidad de irregularidades significativas es mínima, dado los controles cruzados, la seguridad y transparencia del proceso electoral. Se socava así la confianza en el proceso y en la democracia misma, y se pone en peligro la seguridad del país.

Este clima post comicios inaudito es el reto inmediato que Biden enfrenta; su discurso unificador y conciliador de aceptación ha sido su primera y acertada respuesta. 

El desafío es considerable: se trata de construir puentes entre los bandos y retornar a la convivencia cívica tradicional de la democracia estadounidense, marcada por valores y prácticas como la negociación para consensuar, la moderación, el respeto mutuo, el pragmatismo, el profesionalismo y la idoneidad en políticas públicas. Todo lo contrario a lo observado en los últimos cuatro años. Tendrá también que contrarrestar las voces que desconocerán su presidencia (Fox TV y el 80% de los “Reps”) y ganarse su confianza. Pero en realidad su mayor desafío es recomponer el sistema político democrático y restaurar el prestigio y el liderazgo de Estados Unidos en el mundo liberal.



El autor es analista internacional, reside e Washington, D.C.

https://www.perfil.com/noticias/opinion/ruben-perina-adjetivos-sobre-trump.phtml

Noviembre 2, 2020 PERFIL

Los adjetivos sobre Trump

En un clima enrarecido se realizan las elecciones del país más poderoso del planeta y cuyo resultado puede provocar una crisis política y constitucional.


Desde las elecciones de 2016 he seguido con detenimiento la trayectoria presidencial de Donald Trump, y aún con mayor intensidad en este año electoral en que el presidente busca su reelección.  Lo más desconcertante y alarmante de este ciclo electoral han sido sus infundadas denuncias  sobre el supuesto fraude que cometerían los Demócratas con el voto por correo y su amenaza de judicializar el proceso y no reconocer el triunfo de su opositor, el exvicepresidente, Joe Biden –lo que, según respetados observadores, podría  generar una inédita crisis político constitucional.   


Nos encontramos así, inesperadamente, ante un ambiente electoral enrarecido, marcado por especulaciones, tensión, incertidumbre, desconfianza y preocupación por la integridad de los comicios. La preocupación no es menor.  En el mundo actual, inter-dependiente y globalizado, el resultado de las elecciones en este país -el más poderoso del planeta y pilar imprescindible del mundo democrático liberal- no sólo pueden debilitar su propia democracia sino también su rol en el sistema internacional.  


El resultado de las elecciones en este país -el más poderoso del planeta y pilar imprescindible del mundo democrático liberal- no sólo pueden debilitar su propia democracia sino también su rol en el sistema internacional


Pero también es insólito e inédito cómo se ha caracterizado la conducta presidencial de Trump en la prensa tradicional (Washington Post, New York Times, the Atlantic, The New Yorker), en los  medios televisivos consagrados (excepto Fox News), las redes sociales y recientes libros de destacados analistas y exfuncionarios de Trump (demasiados para mencionar cada uno). Para ilustrar cómo se ha catalogado al presidente,  he recolectado una serie de adjetivos que se han utilizado con frecuencia para describir su comportamiento:      

  

Agresivo, “bully,”  autoritario,  abusivo, caótico, errático, inestable, impetuoso, corrupto, deshonesto,  “jerk”, mezquino, amoral, dictador, irrespetuoso de normas y  de instituciones, gánster, temerario, imprudente, irresponsable, el peor presidente de la historia moderna e indigno de ser presidente, peligroso, incompetente, inepto, difamador, divisivo, polarizante, egocéntrico, narcisista, arrogante, pedante, delirante, ignorante, inmodesto, insultante, vulgar, rudo, misógino, mentiroso, mendaz,  repugnante, racista, supremacista, xenofóbico.


Donald Trump vs. Joe Biden: Expertos analizan las cruciales elecciones en Estados Unidos


Este perfil o imagen que surge del presidente ciertamente es muy distante de las características de otros líderes norteamericanos de la historia moderna, por lo menos desde F.D. Roosevelt en adelante, ni tampoco refleja o representa una tendencia mayoritaria en la cultura política del país, al contrario. Pero la colección de adjetivos permite encapsular y caracterizar esa conducta como la de un presidente no tradicional o políticamente incorrecto, o para decirlo de otra manera, como un presidente anormal. Se puede argumentar así que en realidad la elección del 3 de noviembre es un referéndum sobre un presidente políticamente anormal.


*Analista internacional. 


 

Las amenazas electorales de Trump, el mayor desafío de EE.UU.

Rubén M. Perina

Rubén M. Perina……. LA NACION

28 de octubre de 2020  • 20:01

 

Los comicios presidenciales del 3 de noviembre enfrentan varios desafíos derivados de la pandemia del Covid-19 y de la necesidad de garantizar la salud de los votantes y de las autoridades electorales. Ya se han hecho modificaciones legislativas, organizacionales y logísticas en cada uno de los 50 estados, más el Distrito de Columbia (Washington DC), que pueden complicar, judicializar y demorar el proceso y el conocimiento de los resultados por varios días. Pero el mayor desafío que enfrenta Estados Unidos son las insólitas e inéditas denuncias y amenazas del presidente Trump.

 

El presidente norteamericano ha denunciado repetidamente, sin pruebas, un supuesto fraude que el partido Democráta perpetraría via el voto por correo. Pero peor todavía es su amenaza de no reconocer la victoria de su oponente si considera que las elecciones son fraudulentas; y hasta ha sugerido posponer las elecciones -sugerencia rechazada inclusive por los republicanos.

A tal efecto, su campaña busca capacitar a unos 50 mil voluntarios y unos 200 abogados ("Trump Army") para prevenir el voto ilegal, controlando, por ejemplo, la nacionalidad de latinos o el registro electoral de afroamericanos fuera de los recintos de votación (intimidación realmente), y para "proteger" el voto republicano de un supuesto fraude en su contra, controlando la validez y el conteo de las boletas postales y litigando las irregularidades identificadas.

 

Si los demócratas ganasen en los estados cruciales pendulares (6-7) por mayoría apretada, el plan es cuestionar los resultados, no reconocer su victoria e impedir la certificación de las listas de electores estatales del Colegio Electoral que cada gobernador debe enviar perentoriamente al Senado Nacional para el 14 de diciembre; o en casos en que la Legislatura estatal esté controlada por los republicanos (Pennsylvania, Wisconsin) ignorar el voto popular y certificar la lista de electores republicanos. Podría ocurrir así que ningún candidato obtenga los 270 (de 538) votos electorales necesarios para su proclamación el 20 de enero, en cuyo caso la elección pasaría a la Cámara de Representantes, donde cada estado tiene un voto y los republicanos podrían tener una mayoría.

En el marco de tal complejidad y manipulación del proceso del Colegio Electoral y la probable demora en conocerse el resultado, Trump podría adelantarse y declararse ganador la noche de los comicios con sólo los votos "en-persona" tabulados; o sea, con datos preliminares que podrían modificarse significativamente con el pasar de las horas y el escrutinio de los votos postales, que podría durar días. Un escenario postelectoral preocupante que podría incluir protestas callejeras, disturbios, vandalismo y una crisis institucional sin precedentes y con final incierto.

El insólito comportamiento de Trump, desconcertante y preocupante para respetados comentaristas y expertos, inclusive republicanos, sólo se puede explicar por su irritación y desesperación ante los persistentes números negativos de las encuestas

Y como si eso fuera poco, Trump ha insinuado que en ese caso podría utilizar las fuerzas armadas, como lo hizo para desalojar demostraciones pacíficas contra la violencia racial frente a la Casa Banca, lo que causó fuertes críticas en la opinión pública, inclusive en círculos militares, al punto que el general Milley, jefe del Comando Junto de las Fuerzas Armadas, tuvo que disculparse por participar en el operativo. En vista de esos inusuales y temerarios comentarios y prácticas del presidente, legisladores demócratas, en una acto sin precedentes, consultaron a las autoridades militares sobre el rol que tendrían las fuerzas militares en los comicios, advirtiendo que cualquier acción militar no relacionada estrictamente a la seguridad nacional constituiría un acto de sedición o motin militar. 

 

Tanto el general Milley como el secretario de Defensa, Mark Esper, respondieron que no contemplan tener papel alguno en las elecciones y que cualquier disputa electoral se resolvería en el Congreso o en las cortes. Pero no queda claro qué harían si el presidente alega que la seguridad nacional se encuentra en peligro, no reconoce su derrota y se declara ganador.

 

El insólito comportamiento de Trump, desconcertante y preocupante para respetados comentaristas y expertos, inclusive republicanos, sólo se puede explicar por su irritación y desesperación ante los persistentes números negativos de las encuestas: lo ubican detrás de Biden por más de 10 puntos porcentuales a nivel nacional, aunque perdiendo por menos en estados pendulares cruciales donde ganó en 2016. Biden lo aventaja entre mujeres, votantes sin educación universitaria y entre mayores de 65 años --sectores que en 2016 votaron por él. Su nivel de desaprobación es del 60%; y la mayoría del "establishment" político y mediático lo detesta.

Existe, sin embargo, la esperanza de que los resultados electorales muestren al final una diferencia sustantiva que no deje dudas sobre el ganador, y/o prevalezcan las instituciones republicanas y las normas cívicas tradicionales de la democracia norteamericana, como la moderación y el respeto por el estado de derecho. Es que no sólo la democracia norteamericana está en juego, sino también su imprescindible liderazgo del mundo liberal en el sistema internacional.

 

Ex-funcionario de la OEA. Autor de The Organization of American States as the Advocate and Guardian of Democracy

 

Otros artículos Por: Rubén M. Perina

 

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Rubén M. Perina, Ph.D.

Washington, D.C.

http://rmpreflexiones.blogspot.com

twitter: @rubenperina

 

 

 

https://www.clarin.com/opinion/injerencia-externa-elecciones-bolivia_0_H-McttaZ7.html

13 de octubre 2020

 

Injerencia externa en las elecciones Bolivianas

Jaime Aparicio O. y Rubén M. Perina*

 

Un principio del Derecho Interamericano, expresado en la Carta de la OEA,  establece que “ningún Estado o grupo de Estados tiene el derecho de intervenir, directa o indirectamente… en los asuntos internos o externos de cualquier otro“. 

 

En clara contradicción con ese principio, el gobierno argentino interviene insólitamente en el proceso electoral boliviano, apoyando abiertamente al candidato presidencial del expresidente de Evo Morales, se encuentra refugiado en Argentina realizando actividades político/electorales ignorando la solicitud del propio gobierno argentino de no involucrarse en tales actividades. 

 

Por su parte, México también ha cometido actos inadmisibles de injerencia en los asuntos internos de Bolivia, permitiendo que Evo Morales incite a grupos armados de cocaleros a rodear las ciudades de Bolivia para impedir el paso de alimentos. Además, recientes investigaciones e informes de la prensa boliviana sobre el fraude electoral en las pasadas elecciones de 2019, revelan que ciudadanos mexicanos aliados políticos del Presidente López Obrador participaron en la comisión del mismo.

Tanto la Presidente Jeanine Añez como la Canciller Karen Longaric han denunciado ante la OEA y la ONU  la intromisión argentina en los asuntos electorales de Bolivia.  De particular preocupación para las autoridades bolivianas han sido la reunión del Presidente Fernández con el candidato “evoista”, Luis Arce, y el apoyo expresado al mismo, así como sus referencias distorsionadas y selectivas sobre el informe de la Oficina de la Alta Comisionada de Derechos Humanos de Naciones Unidas, que destaca los hechos de violencia ocurridos tras la renuncia e huida de Evo –ello con el objeto de desacreditar al gobierno y beneficiar la campaña de Evo en Argentina.

 

 La misma intención han tenido las ofensivas y falsas referencias del Canciller Felipe Solá al gobierno de Bolivia como “de facto“, cuando se sabe que la renuncia de Evo dejo un vació de poder que se resolvió constitucionalmente.  Igualmente, La Ministra de la Mujer de la Argentina, Elizabeth Gómez, suscribió una Carta al Secretario General de la ONU, junto a miembros del Grupo de Puebla, en la que se alega falazmente que el gobierno de Bolivia no tenía intención de realizar elecciones, cuando éstas se tuvieron que posponer en Mayo por el covid-19, y por solicitud del las autoridades electorales, designadas por el parlamento boliviano con mayoría del MAS. Injerencista también ha sido la reunión con Evo del Subsecretario de Obras Públicas, Edgardo Depetri, y el apoyo ofrecido a sus partidarios en Buenos Aires “para que Bolivia vuelva a ser un país libre y democrático".  Una injerencia indignante que violenta la integridad del proceso electoral y polariza la ciudadanía boliviana.  En todo caso, el apoyo para la organización de los comicios en Argentina debería ser neutral y ofrecerse por canales diplomáticos a las autoridades electorales bolivianas.

 

Los votos de los residentes bolivianos en Argentina (147 mil habilitados para votar), fundamentalmente en el gran Buenos Aires, representan un 2% de electorado y pueden impactar el resultado de las elecciones del próximo 18 de octubre; y es de tener en cuenta las numerosas irregularidades observadas por la ONG argentina Transparencia Electoral en las elecciones del año pasado.   

 

Es difícil de explicar el continuo  apoyo del gobierno argentino a Evo Morales  y su intromisión en los asuntos electorales de Bolivia, dado su tradicional apego al principio de no intervención,  y más cuando el ex mandatario está enjuiciado por varias causas penales y electorales y sigue siendo el jefe de  los productores de marihuana del Chapare, parte de cuya producción sale por Argentina. Las causas penales en su contra, por incitación a la violencia, sedición y estupro lo deberían excluir de su condición de refugiado, tal como lo establece la Ley (26.165) de Reconocimiento y Protección  de Refugiados.

 

Diversos analistas internacionales le asignan a ello motivos ideológicos ligados al proyecto geopolítico de la izquierda populista del grupo de Puebla.  Por otro lado, la injerencia argentina es contradictoria con su postura en la OEA donde su embajador ha rechazado por intervencionistas las condenas y los contundentes y alarmantes informes de la OEA y la ONU sobre violaciones a los derechos humanos perpetrados por la dictadura venezolana de Nicolás Maduro.

 

Las condenas e inclusive las sanciones contra los regímenes que quebrantan el orden democrático y violan los derechos humanos de sus ciudadanos no es intervencionismo. De hecho, la única intervención legítima que no es condenable es la que se lleva a cabo colectivamente en defensa de la democracia y los derechos humanos, tal como los estados americanos se han comprometido en la Carta Democrática de la OEA. 

 

 

 



* Jaime Aparicio es Embajador de Bolivia ante la OEA; Rubén M. Perina es analista político y ex funcionario de OEA. 

https://www.clarin.com/opinion/ee-uu-observacion-electoral-comicios-ineditos_0_ulgQvSvgM.html   27 de octubre,  2020

 

 

OBSERVACION ELECTORAL EN EEUU

Rubén M. Perina, Ph.D.*


Las elecciones del 3 de noviembre en Estados Unidos se podrían beneficiar de una observación electoral internacional.  Como jefe de misión de observación electoral de la OEA, observé varias elecciones controvertidas (Guatemala, Paraguay, Venezuela), donde abundaban las denuncias de fraude.  Las advertencias y acusaciones de fraude invariablemente provenían de los partidos de la oposición que imputaban al gobierno de turno por manipular el proceso electoral para favorecer a su candidato buscando re-elección. En los últimos años el régimen chavista en Venezuela utilizó el fraude para elegir y re-elegir a Nicolás Maduro, el régimen sandinista lo usó para re-elegir al dúo Ortega-Murillo en Nicaragua, y Evo Morales lo intentó en Bolivia en 2019. 

 

Sin embargo, es inusitado ver un presidente buscando re-elección que denuncie (sin evidencia) a la oposición por supuestamente estar preparando un fraude electoral. El presidente Trump ha denunciado que el partido Demócrata utilizará el voto por correo para cometer fraude en su contra en los próximos comicios. Tradicional en varios estados, esta modalidad ha sido expandida en la mayoría de los estados por la necesidad de proteger a los votantes y las autoridades electorales del covid-19. Pero ahora el presidente ha insinuado que la única manera en que él pudiese perder sería por el fraude cometido a través del voto postal, y que así no reconocería la victoria de su oponente, el ex vicepresidente Biden. Esta insólita conducta del presidente sólo se explicaría por las encuestas que persistentemente lo muestran detrás de Biden por unos 10 puntos porcentuales, y por su baja aprobación que ronda entre un 40%.  

 

Además, la campaña de Trump ha manifestado su intención de cuestionar e impugnar los votos por correo y judicializar su resolución en las Cortes, generando inseguridad en el proceso electoral. Su campaña utilizaría los intrincados e inciertos mecanismos del proceso del Colegio Electoral para disputar la certificación de la lista de electores y sus votos, particularmente en los estados pendulares, e impedir que Biden obtenga los 270 electores necesarios para consagrarse; forzando así la conclusión del proceso en la Cámara de Representantes, como lo establece la Constitución, donde cada estado tiene un sólo voto y donde el partido Republicano espera mantener su mayoría de estados con delegaciones dominadas por Republicanos (26), que elegiría a Trump.  La judicialización y manipulación del proceso del Colegio Electoral entorpecería y dilataría el proceso y podría desatar una crisis política/constitucional de consecuencias impredecibles para la democracia norteamericana. Se aumentaría así la polarización y parálisis del sistema político, se aceleraría su declinación internacional y se socavaría aún más su liderazgo liberal en el orden internacional. La situación ha alarmado a expertos, a la élite política y militar y hasta a comentaristas Republicanos; incluso el Washington Post ha propuesto la conformación de una Comisión Bipartidista presidida por los expresidentes Bush y Obama para supervisar y verificar la integridad de las elecciones.

 

Como si ello fuera poco, por la pandemia, las autoridades electorales estatales han tenido que realizar considerables y complejos cambios organizativos y logísticos de consecuencias operativas impredecibles, y además han sido advertidas por las agencias de inteligencia, de posibles ataques cibernéticos de Irán, China y Rusia --todo lo cual genera inseguridad en el proceso electoral.  

 

Estados Unidos es miembro fundador de la OEA y signatario de su Carta Democrática Interamericana (2001), que incluye la observación electoral como uno de los instrumentos más eficaces para promover y defender la democracia en las Américas.  Varios estados miembros regularmente solicitan observación electoral para generar mayor confianza en el proceso eleccionario, particularmente cuando uno de los candidatos cuestiona su integridad. Sucesivos gobiernosnorteamericanos han contribuido al financiamiento de numerosas misiones de observación electoral y últimamente la administración Trump ha instado a los gobiernos Bolivia, Nicaragua y Venezuela a permitir su presencia para garantizarelecciones libres y justas.

 

En vista de la inseguridad y desconfianza que se ha generado sobre el proceso electoral, es de aplaudir que el Departamento de Estado haya invitado a la OEA para que observe las elecciones, y que su Secretario General haya aceptado el desafío.  La tarea ciertamente tendría sus dificultades por el extremado federalismo y heterogeneidad que caracteriza su sistema electoral.  Debido al Colegio Electoral, en realidad hay 51 elecciones presidenciales, una en cada estado con sus propias autoridades electorales, reglas, padrones, tecnología y modalidades. No existe un código o una autoridad electoral nacional que las organice o supervise. Pero se podría organizar una observación electoral concentrada en los estados pendulares como Arizona, Florida, Pennsylvania y Wisconsin y en ciertos condados cruciales, como los nueve identificados por el New York Times. Su presencia y trabajo podría contribuir a generar mayor confianza en el proceso electoral y en sus resultados.  



* Ex funcionario de OEA y autor del libro “The OAS as the Guardian and Advocate of Democracy” publicado por University Press of America.” Ha sido profesor de las Universidades de Georgetown y George Washington.

https://www.demoamlat.com/estados-unidos-desafios-electorales/

 

Septiembre 2020

                        

Estados Unidos: desafíos electorales 

Rubén M. Perina

I. INTRODUCCION.

El sistema electoral norteamericano contiene de por sí ciertas peculiaridades y complejidades, que pueden caracterizarse como vulnerabilidades o debilidades, que reducen la seguridad del proceso electoral y disminuyen la confianza en sus resultados. Pero, además, el actual proceso electoral, de cara a las elecciones generales del 3 de noviembre, se encuentra dramáticamente condicionado por la pandemia del covid-19, lo que implica desafíos logísticos para los responsables de las campañas y las autoridades electorales. Estos se ven ante la necesidad de realizar menos eventos presenciales y más en clave virtual, y organizar actividades y la votación con menor presencia física y mayor participación “en ausencia” para garantizar la salud de los candidatos, sus seguidores, así como la de los votantes y de los funcionarios electorales durante los comicios. Igualmente, se asoman como posibles amenazas a la seguridad e integridad del proceso electoral el uso del ciberespacio para la manipulación y la desinformación electoral, así como interferencias de la “armada cibernética” (“sharp power”) de los chinos, rusos e iraníes; y no dejan de alarmar y generar incertidumbre las perturbadoras e infundadas advertencias del presidente Trump sobre el “fraude” electoral que estarían preparando los demócratas a través del voto por correo


II. PECULIARIDADES Y COMPLEJIDAD DEL SISTEMA ELECTORAL.

Las características singulares del sistema electoral norteamericano lo distinguen de los modelos que expertos electorales proponen con frecuencia; o de sistemas electorales que el autor personalmente ha observado como jefe de Misiones de Observación electoral de la Organización de Estados Americanos (OEA) en Paraguay, Guatemala, República Dominicana y Venezuela. El sistema carece de uniformidad debido a la naturaleza federal y descentralizada del sistema político, marcada por la separación de poderes y múltiples pesos y contra pesos; por un fuerte apego a la gobernanza local, y por una generalizada desconfianza en el poder y/o el gobierno central. Federlamismo extremo. Veamos:


El país no cuenta con un código electoral nacional unificado. Cada estado (50 más el Distrito de Columbia), y a veces cada condado (3.114 de ellos) tiene sus propias reglas electorales. Por ejemplo, hay diversos requisitos y reglas para registrarse y para votar, y hasta diferentes métodos y tecnologías de votación. Cada estado decide la tecnología (software y hardware) que utilizará, y si la votación es manual o electrónica, o una combinación. O sea, no existe un estándar o Codigo Electoral nacional, con reglas, procedimientos o métodos de votación nacionales, como ocurre en America Latina. La heterogeneidad del sistema es consistente con el acentuado federalismo. [1]

Tampoco existe un ente nacional o autoridad electoral federal, responsable de organizar, administrar, supervisar o juzgar la validez de las elecciones. Al ganador lo proclama el Colegio Electoral, como veremos. El proceso se maneja en cada estado por una Secretaría de Estado. (Las cadenas nacionales de TV anuncian el ganador con proyecciones estadísticas basadas en muestras científicas de resultados de mesas y encuestas de “boca de urna”). Sin embargo, la Corte Suprema puede llegar a ser la última instancia judicial para dirimir una controversia electoral, como en el año 2000, con la disputa sobre procedimientos y resultados de la elección presidencial en el estado de Florida.[2] También puede terminar en la Cámara de Representantes, como veremos.

No hay registro electoral o padrón nacional. Así, teóricamente, uno puede registrarse y votar en uno o más estados. Cada estado tiene sus propios requisitos de inscripción y varían los períodos de registro; en algunos casos hasta se puede registrar en el acto de votación. Para algunos, esto es una puerta abierta para el fraude electoral.


Tampoco hay un documento “estándar” de identificación nacional para votar. Dependiendo del estado, los votantes pueden presentar diferentes tipos de identificación para votar, algunos con fotos, otros sin fotos, algunos con domicilio, otros sin.


Votar no es obligatorio, y así sólo vota un 50% aproximadamente de los aptos para votar. Se vota siempre un martes, el primer martes de noviembre para la elección presidencial, un día laborable. No un domingo o un día feriado.  Se vota antes de ir a trabajar, durante el almuerzo o después del trabajo[3]. Para algunos ambas prácticas desalientan y reducen la participación. Últimamente varias corporaciones (Walmart, Amazon) estimulan la votación de sus empleados con permiso pago.


Otra peculiaridad del sistema electoral, sin embargo, de hecho, facilita el voto. La mayoría de los estados permite diversos métodos de votación(i) el voto anticipado (“early voting”); o sea, es posible votar unos días antes del día de los comicios, en dias y lugares pre-establicidos por la autoridad electoral. (ii) También está contemplado el voto ausente (“absenttee ballot”) o sea, por ausencia del lugar de votación donde uno está registrado -método que normalmanete requiere una excusa válida (viaje, enfermedad o trabajo), pero en la actualidad, por el virus, este requisito no opera en algunos estados; el votante tiene una fecha límite para solicitar la boleta y enviarla por correo. Por último (iii) existe el método de votar por correo sin necesidad de excusas, opción que se utiliza en la mayoría de los estados; sólo se requiere solicitar la boleta de votación. En Colorado, Hawai, Oregon, Utah y Washington ha sido la única forma de votar por años; el estado envía la boleta al votante y éste debe devolverla, marcada y firmada, por correo o la puede depositar en lugares asignados, antes de o el día de los comicios. Para algunos, el voto por correo o por ausencia genera la posibilidad de que se viole el secreto del voto.


El Colegio Electoral, piedra angular del proceso electoral, le agrega incertidumbre al mismo. Es una institución histórica diseñada en función del federalismo y del sistema múltiple de pesos y contrapesos republicanos, para mantener la preeminencia de los estados y prevenir la sobre-representación o concentración de poder en los estados más urbanizados, más poblados, más industrializados, más ricos y más progresistas y moderados (como los de las costas del este y oeste), en detrimento de los estados rurales,  menos poblados, menos prósperos y con votantes más conservadores (como los del centro y sur). Sin embargo, éstos últimos hoy están sobre-respresentados en el Colegio Electoral: Wyoming tiene 1 elector (de 3) por cada 180.000 habitantes; mientras que California tiene 1 (de 55) por cada 750.000. Los fundadores del país también temían que la elección directa pudiera favorecer la elección de un populista demagogo. La elección de Trump contradijo ese temor.


La elección presidencial es indirecta, con 50 elecciones organizadas por cada estado más el Distrito de Columbia (Washigton, D.C.). En las 50 elecciones los votantes eligen un candidato y su lista de electores. Los miembros de la lista son seleccionados por las autoridades partidarias estatales, su número es equivalente a los dos senadores por estado más el número de representantes que le toca a cada estado por población. El triunfador (aunque sea por un voto) se lleva todos los electores del estado, excepto en Maine y Nebraska que distribuyen sus electores según quien gana los distritos electorales para representante. El estado tiene hasta el 8 de diciembre para resolver cualquier controversia sobre las elecciones o la lista de electores, que la debe confirmar y certificar la autoridad electoral y el gobernador del estado.


Si todo está resuelto, el 14 de diciembre, fecha perentoria, se reúnen los electores en cada estado  y votan por su candidato a presidente y vicepresidente.[4] El gobernador certifica la lista de electores con sus votos y la debe enviar perentoriamente al presidente del Senado del Congreso Nacional para el 23 de diciembre. En sesión conjunta de las dos Cámaras del Congreso, el 6 de enero de 2021, se cuenta el voto de los electores y se certifica el resultado y el ganador. Se consagra presidente el candidato que cuente con 270 de 538 posibles votos electorales, incluyendo 3 de Distrito de Columbia.


Lo peculiar del Colegio Electoral es que un candidato puede ganar el voto popular a nivel nacional y perder el voto de los electores del Colegio Electoral, como ocurrió en 2000 (Gore sobre Bush por más de 500 mil votos) y en 2016 (H. Clinton sobre Trump por más de 3 millones). De hecho, un candidato puede ganar el voto popular por un voto en una mayoría de estados y llevarse todos los electores de esos estados, mientras que el otro puede ganar por millones en una minoría de estados populosos y perder en el Colegio Electoral[5]. En cualquier estado pueden surgir impugnaciones que judicialicen el proceso (Florida 2000) por irregularidades, un supuesto fraude, emergencia nacional o interferencia extranjera -lo que podría demorar y complicar el proceso.   Si las cortes no resuelven la controversia legal, ello podría impedir que el gobernador certifique la lista de electores y sus votos y las envíe al Senado para el 23 de diciembre –lo que podría significar que ninguno de los candidatos logre la mayoría de 270 votos necesarios para proclamarse[6]. En tal circunstancia, la elección pasaría a la Cámara de Representantes donde cada uno de los 50 estados tiene un sólo voto, en cuyo caso el partido que tenga mayoría en la delegación de representantes del estado determina por quien vota ese estado. Hoy día en la Cámara hay más estados con mayoría republicana (26) que demócratas (24).           


En el ciclo electoral no se pueden ignorar las elecciones para el Congreso. El poder legislativo es un pilar fundamental de la división y equilibrio de poderes y del múltiple sistema de pesos y contrapesos que caracteriza la democracia norteamericana. El Congreso es relativamente independiente, inclusive cuando lo controla el oficialismo. Los fundadores del país lo diseñaron así para evitar la concentración excesiva de poder en el ejecutivo o el abuso de poder del presidente. Sus miembros responden a los votantes en su distrito, más que al presidente de turno, porque en última instancia es en su distrito electoral donde rinden cuentas para su reelección.


En la elección de representantes y senadores, se utiliza el sistema uninominal, a diferencia del sistema proporcional de listas. Cada estado se divide en distritos electorales, cuyo número depende de la cantidad de habitantes de cada estado; cada distrito elije por mayoría simple un solo representante a la Cámara Baja; hay tantas bancas en ella como distritos electorales (438). Los distritos electorales son diseñados por la legislatura estatal o mejor dicho por el partido que la controla, usualmente de manera sesgada para favorecer sus candidatos –práctica conocida como gerrymandering.  La elección es cada dos años y la posibilidad de reelección es ilimitada. La composición de la Cámara de Representantes, como vimos, es crucial por el eventual rol que puede tener en la elección del presidente, si fracasase ésta en el Colegio Electoral. Los Senadores también se elijen uninominalmente, dos por cada estado, para un total de cien.

I

II. PROCESO ELECTORAL ALTERADO Y AMENAZADO.

Debido a las precauciones contra el contagio del virus, las actividades de las campañas electorales se vienen realizando mayormente en modo virtual, vía plataformas digitales (Facebook, Youtube, Twitter, Zoom), con eventos con presencia reducida y distanciada. Las convenciones partidarias se efectuaron así. Los tres debates presidenciales serán virtuales y/o presenciales con un moderador, pero sin audiencia presente.


Ambientación de locales. La pandemia también impactó la organización de las recientes primarias: se tuvieron que cambiar recintos tradicionales de votación (escuelas, iglesias) por estadios o centros de convenciones para acomodar más votantes con distanciamiento social y salubridad apropiada. Cada local, sus espacios, procedimientos, materiales y máquinas de votar deben desinfectarse periódicamente. En Louisville, Kentucky, se adaptó así un estadio de futbol para miles de votantes, con todos los retos organizacionales y logísticos que ello implicó. En el estado de Georgia los cambios en tecnología produjeron largas colas, confusión y atrasos. Además, por temor al virus, numerosos funcionarios electorales renunciaron y los reemplazantes no fueron capacitados adecuadamente. En algunos distritos del estado de New York y de New Jersey las alteraciones demoraron la votación y el conteo, y no se conocieron los resultados por semanas. Estos retos se presentarán el 3 de noviembre.


Desafío del voto ausente/postal. Debido a los temores y riesgos de infección, se anticipa que se reducirá el voto en persona y aumentará considerablemente el voto por correo postal. Como vimos, esta es la única manera de votar en algunos estados. Un 68% del electorado confía en su seguridad, y se pronostica que el voto postal pasará de un 10% habitual a un 60%. Pero las recientes primarias han evidenciado sus complicaciones logísticas si no hay planificación y preparación adecuadas. Se requerirá nueva tecnología para preparar (con código de seguridad), enviar, recibir, chequear y computar la “boletas postales” y habrá que capacitar funcionarios y educar al votante. Se extraviarán boletas o llegarán tarde -lo que demorará procesarlas y conocer los resultados. Varios estados debaten si enviar automáticamente la “boleta postal” a los votantes o éstos deben solicitarla, y si este modo será exclusivo y/o opcional al voto en persona. También se requiere fortalecer el descuidado Servicio Postal federal. En algunos estados se deberán modificar leyes y reglamentos –lo que retrasará la organización del proceso y la capacitación de los funcionarios. Es una carrera contra el tiempo. Otro desafío será el aumento del voto anticipado, modo previsto para votar en días previos y lugares designados, por correo o en persona. Encuestas anticipan un 60% de votación por esta modalidad. El aumento causará confusión y demoras en el procesamiento de las boletas postales o ausentes y la publicación de resultados, los que variarán drásticamente con el pasar de las horas, e inevitablemente producirá incertidumbre, tensión y controversias.


Amenaza cibernética.  A la preocupación por el contagio viral y las vulnerabilidades del sistema electoral, se agrega la posibilidad de ataques cibernéticos y la injerencia internacional vía internet, sus cuentas, plataformas y redes sociales. Esta práctica (“sharp power”) utiliza “cyborgs” (combinación de robots con humanos), “bots” y “trolls,” para monitorear campañas electorales, “jaquear” y robar bases de datos de votantes (para el “targeting” electoral) y distribuir masivamente desinformacion y propaganda, como hicieron los rusos en 2016 para favorecer a Trump. Además, estas “armas” y sus “malwares” o virus se emplean para modificar bases de datos (registro electoral) y hasta resultados de una elección. También se utilizan para tergiversar los hechos, los datos, las imágenes e influenciar a la opinión pública sobre candidatos[7]. Pero las manipulaciones e interferencias cibernéticas en el proceso no sólo provienen de los protagonistas internos, sino también de Rusia, China e Irán. La práctica ya es parte de la silenciosa guerra cibernética actual. Agencias militares y de inteligencia, congresistas y expertos han advertido sobre esta amenaza a la integridad de las elecciones[8]. Se busca generar así aprensión, odios, confusión y dudas que dividen al electorado y erosionan su confianza en el proceso electoral y  la democracia en general.


Reparos de Trump. Ante la creciente probabilidad de su derrota electoral, Trump ha rechazado la expansión del voto postal, argumentando (sin evidencia alguna) que es la principal amenaza a la integridad de las elecciones y que los demócratas lo usarán para cometer fraude; mientras que niega la injerencia rusa y socava la seguridad del país. Además, ha amenazado con no reconocer su derrota, minando la confianza en el proceso y su legitimidad. Preocupado estará por su deteriorada imagen: sólo un 40 % aprueba su gestión y las encuestas lo muestran abajo por 7-8 puntos porcentuales. Tampoco lo ayudan la publicación de recientes libros reveladores de su retorcido carácter, ni los comentarios de exfuncionarios y de republicanos sobre su incompetencia y/o negligencia para responder al covid-19, ignorancia, mendacidad, narcisismo, abuso de poder, tendencias autocráticas y desdeño por las normas tradicionales de la democracia norteamericana. Su conducta ha provocado especulaciones sobre posibles aventuras en política exterior para distraer al electorado y generar apoyo a su reelección, así como sobre posibles escenarios post-comicios para deslegitimar las elecciones si pierde –lo que tensaría la institucionalidad democrática del país.


IV. CONCLUSIÓN.

Algunas de las peculiaridades y complejidades del sistema electoral podrían considerarse vulnerabilidades que debilitan y amenazan el sistema. Por ejemplo, el voto por correo, o la falta de padrón nacional no ofrecen seguridad o garantías sobre el secreto del voto. Pero es llamativo que hasta ahora no se han comprobado significativas incidencias de fraude en elecciones presidenciales, como lo proclama Trump[9]. Quizás lo previene la vigencia de una cultura cívica/electoral donde predomina la honestidad, la confianza, la responsabilidad, el respeto por las instituciones y el celo de cada uno por su voto[10]. Igualmente, la extrema fragmentación de la organización electoral, una debilidad para algunos, también puede ser paradójicamente una fortaleza que limita la posibilidad de un control central que manipule el proceso.


De todas maneras, no deja de preocupar la posibilidad de que las alteraciones en procedimientos y falta de preparación para administrar los desafíos produzcan confusión y demoras en el procesamiento de las boletas postales y ausentes, además de retrasar la publicación de resultados -lo que inevitablemente producirá incertidumbre, tensión y controversias. Tampoco dan mucha seguridad o certeza las posibles impugnaciones que pudiesen ocurrir en el proceso del Colegio Electoral. Intranquiliza también la posibilidad del abuso del ciberespacio para manipular los hechos y transmitir desinformación electoral, así como la interferencia extranjera para generar conflicto, polarización, inseguridad y desconfianza en el proceso, y debilitar la democracia norteamericana.


Pero quizás lo más alarmante y amenazante son las irresponsables e infundadas denuncias del presidente Trump sobre el supuesto fraude que cometerían los demócratas con el voto por correo, socavando la confianza del electorado en el proceso y erosionando su legitimidad. Nos vemos así, inesperadamente, ante un ambiente electoral enrarecido, marcado por especulaciones, desconfianza, incertidumbre y preocupación por la integridad y legitimidad de los comicios en noviembre[11]. La alarma es tal en la opinión pública que el Washington Post ha propuesto la conformación de una Comisión bipartidista presidida por los expresidentes Bush y Obama para supervisar las elecciones y confirmar su legalidad y legitimidad[12]. Quizás se debería contar también con la presencia de una observación electoral internacional.


La preocupación no es menor. En el mundo actual, interdependiente y globalizado, tanto el desarrollo (normal o anormal) como el resultado de los comicios en este país – el más poderoso del planeta y pilar imprescindible del orden liberal mundial- no sólo tienen el potencial de alterar su propia democracia sino la dirección de su política exterior, con repercusiones inevitables e inciertas para la comunidad internacional.

Washington, D.C., 20 de septiembre de 2020


Notas


[1] https://ballotpedia.org/Voting_methods_and_equipment_by_state

[2]  Dada las irregularidaes que mostraban las tarjetas utilizadas para votar, la campaña de A. Gore solicitó un reconteo. La solicitud fue aprobada por la Corte Suprema de Justicia,  pero apelada por los republicanos ante la Corte Suprema nacional,  que acordó por mayoría, sin entrar en lo sustantivo del tema,  que prevalecía la decisión de la Secretaría de Estado de la Florida (la autoridad electoral) de no acceder al reconteo por la perentoriedad del proceso -lo que en efecto determinó que el conteo y resultado original se mantuviese con una mínima diferencia a favor de George W. Bush. Con los votos de Florida (27+2) para el Colegio Electoral, Bush consiguió los 271 que le otorgó la presidencia.        https://en.wikipedia.org/wiki/Bush_v._Gore.

[3] Un estudio de la Fundación Pew indicó que 36% de registrados no puede votar por conflicto de trabajo

[4] https://www.archives.gov/federal-register/electoral-college/about.html.   En 2016 surgió un debate judicial (La Constitución no lo establece) sobre si los electores están obligados a votar por el candidato de la lista del partido al que pertenece o puede votar por otro candidato. La Corte Suprema sentenció que el estado puede determinar que es obligatorio o no.

[5] Debido al malestar que causa esta incongruencia electoral, se encuentra en curso un proceso por el cual varias legislaturas estatales, 15 hasta ahora, han legislado y acordado entre ellas (National Popular Vote Interstate Compact -NPVIC) asignar los votos electorales de sus respectivos estados al candidato que obtenga más votos populares a nivel nacional. Por ahora acumulan solo 196 votos electorales de los 270 necesarios para que el acuerdo funcione.

[6] Ver ex Senador Tim Wirth (julio 3, 2020): https://www.newsweek.com/how-trump-could-lose-election-still-remain-president-opinion-1513975

[7] Ver revelaciones sobre esta práctica de la campaña de Trump:

https://www.washingtonpost.com/politics/turning-point-teens-disinformation-trump/2020/09/15/c84091ae-f20a-11ea-b796-2dd09962649c_story.html

[8] Sobre las capacidades norteamericanas para esta guerra, ver:

https://www.washingtonpost.com/opinions/the-military-is-providing-an-unexpected-and-powerful-line-of-defense-against-russian-interference/2020/09/15/6fafbb86-f779-11ea-a275-1a2c2d36e1f1_story.html

[9]   En 2018, en un distrito de North Carolina, se descubrió que un operador Republicano y su equipo recolectó un número significativo de boletas de “voto por correo” de familias afroamericanas de menores recursos –que normalmente votan por el partido Demócrata— pero que nunca las envió, como les había prometido. https://www.nytimes.com/2019/07/30/us/mccrae-dowless-indictment.html

[10] Investigaciones indican que el fraude electoral es muy raro. Trump denunció que perdió el voto popular en 2016 (por 3 millones) porque los Democratas hicieron fraude y nombró una Comisión para investigarlo, pero la disolvió cuando no se encontró evidencia de ello:  https://www.brennancenter.org/our-work/research-reports/disbanded-trumps-voter-fraud-commissionhttps://www.brennancenter.org/our-work/analysis-opinion/north-carolinas-election-fiasco-about-voter-suppression-not-voter-fraud

[11]  Ver Fareed Zakaria:   https://www.washingtonpost.com/opinions/trump-is-setting-us-up-for-an-election-day-nightmare/2020/07/23/559183b4-cd22-11ea-b0e3-d55bda07d66a_story.html

[12]https://www.washingtonpost.com/opinions/trump-is-trying-to-cast-doubt-on-an-election-he-might-lose/2020/09/17/9ff3ed02-f919-11ea-89e3-4b9efa36dc64_story.html