ABRIL 2019
Tribuna
América latina: contradicciones en la política exterior de los EE.UU
Cúcuta, Colombia.
15/04/2019.- El secretario de Estado de EE.UU., Mike Pompeo, durante su
reciente gira en Colombia. EFE/ Mauricio Dueñas Castañeda
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25/04/2019
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Analistas, políticos y diplomáticos, norteamericanos y extranjeros, expresan con frecuencia, hasta con alarma, que la administración Trump se encuentra en una suerte de retraimiento o alejamiento del multilateralismo y de las alianzas con socios tradicionales.
Ven
con preocupación las polémicas críticas de Trump a la OTAN, el NAFTA y a sus
tradicionales aliados como Alemania, Canadá y México, al igual que su retirada
del TPP, del Acuerdo de París, de la UNESCO y del Acuerdo antinuclear con Irán.
Les preocupa también su intención de terminar las intervenciones militares en
Siria, Irak y Afganistán, sin consultar con los aliados –lo que beneficiaría a
Irán y Rusia.
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Por
otro lado, les inquieta el aparente desdén del Presidente por el compromiso
tradicional de Estados Unidos con la promoción de la democracia y los derechos
humanos. Les molestan las amigables, aunque turbulentas e impredecibles,
relaciones de Trump con los líderes de China, Corea del Norte, Egipto,
Filipina, Rusia, Arabia Saudita –todos autoritarios y hasta represivos.
Según
esa visión crítica, ambas posturas contradicen valores e intereses estratégicos
que los propios gobiernos norteamericanos instalaron, y que predominaron en el
sistema internacional a partir de la Segunda Guerra Mundial.
El
establishment percibe el comportamiento de Trump como unilateral y amoral,
revisionista, errático e irracional, marcado por transacciones personales
-puntuales y no estratégicas- e inclinado hacia el proteccionismo, el
anti-globalismo, el nacionalismo/populismo y la anti-inmigración.
Lo
que se percibe como el paradigma trumpeano no parece aplicar para América
Latina. Más bien, la defensa de la democracia y el multilateralismo
caracterizan las relaciones con América Latina y el Caribe, particularmente en
lo que a Venezuela se refiere. El rechazo al dictador Maduro y el
reconocimiento del presidente encargado, Juan Guaidó, han sido acompañados por
la aplicación de severas sanciones diplomáticas, comerciales y financieras que
tienen al régimen chavista y su economía al borde del colapso. La opción
militar está sobre la mesa, pero una intervención armada como la de Panamá
(1989) o Grenada (1983) no parece muy probable, por ahora.
En
contraste con la postura global, la administración Trump se ha apoyado en la
consulta con las democracias del hemisferio y en el multilateralismo para
destituir a Maduro y restaurar la democracia en Venezuela. Su postura contra
Maduro apuntala la del Grupo de Lima y la de la OEA y su Secretario General,
Luis Almagro.
La
política anti-Maduro de Trump ha incluido una reciente e inédita presión a
países del Caribe como Bahamas, Jamaica, Haití, República Dominicana y Santa
Lucía, que hasta hace poco votaban a favor de Maduro en la OEA, lo que parece
haber tenido su efecto en la OEA. En una inusual y controvertida resolución, el
Consejo Permanente de la OEA ha aceptado al delegado del presidente (e) Juan
Guaidó, como representante permanente de Venezuela ante el organismo,
desconociendo la delegación del régimen chavista. El vicepresidente Pence pidió
lo mismo en la ONU.
Como
parte de la presión multilateral contra Maduro, EE.UU y los principales
accionistas latinoamericanos del BID cancelaron la reunión del Banco en Beijing
(abril 2019). El gobierno chino había rechazado las credenciales del
representante de Juan Guaidó, el economista Ricardo Hausmann, a quien los
accionistas habían reconocido como legítimo representante de Venezuela. La
inédita acción colectiva envió a China un poderoso mensaje de cohesión
interamericana en defensa de la democracia. En la reciente reunión de la OTAN,
EE.UU caracterizó la presencia militar rusa en Venezuela, como una
interferencia y amenaza a la paz del hemisferio, y como un desafío para la
organización.
En
el contexto de la defensa de la democracia, Trump también arremete contra la
anacrónica dictadura comunista cubana, cuyo asesoramiento en inteligencia y
métodos represivos han ayudado a Maduro a permanecer en el poder. Recientemente
le ha impuesto un bloqueo financiero a las compañías navieras que exportan
petróleo venezolano a Cuba, ha renovado restricciones turísticas y ha cancelado
acuerdos de cooperación en beisbol. En la mira también se encuentra el
crecientemente dictatorial régimen de Ortega en Nicaragua, a cuyos allegados se
les congelaron sus bienes. EE.UU acompañó en la OEA la condena al régimen por
violaciones a los derechos humanos.
En
la amigable pero rocosa relación de Trump con México, se destaca una iniciativa
multilateral para promover el desarrollo socio-económico y la seguridad
ciudadana al sur de México y en Guatemala, El Salvador y Honduras (Triángulo
Norte), con el fin de prevenir el flujo migratorio hacia Norteamérica. Su
concreción es insegura por los vaivenes irracionales trumpeanos sobre el tema
de la inmigración y el asilo.
Con
las democracias del continente, la administración Trump mantiene relaciones
cordiales, de apoyo y colaboración en el tema venezolano y otros. Con Colombia,
sostiene una relación especial en la lucha contra el narcotráfico (Plan
Colombia) y de presión diplomática contra Maduro.
Así,
lo que a nivel global aparenta como una política de retirada del
multilateralismo y un alejamiento de la política tradicional de promoción de la
democracia y defensa de los derechos humanos, la administración Trump ha jugado
un papel indispensable en los esfuerzos hemisféricos por restaurar la
democracia en Venezuela, Nicaragua y Cuba.
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