Agosto 2019
https://www.clarin.com/opinion/deficit-ajuste-dilema-gestion-desgastada_0_B1BiEr1BX.html 02/08/2018 - 0:
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Déficit o ajuste, el dilema de una gestión desgastada
Rubén M. Perina
La inestabilidad económica provoca desilusión y pesimismo de parte de una ciudadanía irritada. Además, una puja distributiva descarnada entre Gobierno, sindicatos y empresarios. Cómo consensuar políticas públicas que prevengan el déficit fiscal y sus consecuencia
La inestabilidad económica provoca desilusión y pesimismo de parte de una ciudadanía irritada. Además, una puja distributiva descarnada entre Gobierno, sindicatos y empresarios. Cómo consensuar políticas públicas que prevengan el déficit fiscal y sus consecuencia
Es el “déficit, estúpido,” diría un asesor político. Si bien existe un
consenso ciudadano sobre cómo gobernarse (democracia representativa), no parece
haberlo sobre cómo lograr prosperidad, mínima pobreza e inclusión/equidad
social, con equilibrio fiscal, en una economía de mercado. Veamos distintos
aspectos...
1. La génesis político-electoral del déficit
En la competencia electoral por el control del Estado, los candidatos prometen gastos sociales “progresistas” para lograr la victoria que les permita gobernar. Se promete la
reducción de la pobreza, programas de inclusión y seguridad social, subsidios
para salud, educación, transporte, energía y otros. Promesas que rondan
lo demagógico y “populista”, si no se identifican los recursos para cubrir sus costos.
Los nuevos gobernantes, para asegurar su popularidad y reelección,
intentarán cumplir sus promesas, aunque ello signifique un déficit en las
cuentas fiscales. Los beneficiados supuestamente serán los más necesitados, que
en Argentina corresponden a un 25-30% de la población, porción significativa
del electorado.
Si el déficit es
abultado e incontenible (hoy más del 4% del PBI), es casi inevitable, a mediano
plazo, una crisis financiera y económica, marcada, entre otros, por la
alta inflación, la pérdida del valor adquisitivo del salario o de las transferencias y
prestaciones sociales, la
devaluación de la moneda, la corrida de
divisas, la fuga de capitales, el estancamiento o recesión económica, el desempleo, el endeudamiento y hasta el cese de pagos de la deuda (default).
2. El déficit y sus consecuencias político-electorales
Como es de esperar, la inestabilidad
económica genera inseguridad, insatisfacción e irritación en la ciudadanía, así como conflictividad social. Ello se expresa en una puja distributiva
descarnada contra la inflación entre gobierno, sindicalistas y empresarios: el
gobierno busca contener o disminuir sus gastos; los sindicalistas demandan
aumentos salariales; los empresarios suben los precios y piden la baja de
impuestos e intereses.
Se lo observa también en la calle, en las casi diarias protestas, piquetes,
demostraciones, huelgas y violencia, así como en los medios, redes sociales y
en las encuestas. El desgaste y la pérdida de capital político-electoral del
Gobierno son notorios.
Su reelección se pone en dudas. En la historia reciente de la democracia
argentina, el desenlace más dramático del desgaste y la desaprobación, como
consecuencia de la incapacidad de contener el déficit fiscal, lo sufrieron los
presidentes Alfonsín, Menem y de la Rúa.
Acompaña este escenario la debilidad de las
instituciones (partidos, poder judicial,
legislativo) y/o la incapacidad de la clase política para consensuar políticas
públicas que prevengan el déficit fiscal y sus perversas consecuencias. La
corrupción (el cáncer de la política argentina) lo complementa.
3. La alternativa: ¿el indeseado ajuste?
Tras la reciente turbulencia social y política (mayo 2018), causada por la
alta y persistente inflación, la fuerte devaluación y la corrida del dólar, el
presidente Macri finalmente expresó que “no se puede seguir gastando más de lo que se tiene” y que la “reducción del déficit, en forma contundente” (al 1,3% del
PBI en 2019) es su objetivo principal.
Y eso no tiene otro nombre que un
ajuste en los gastos del Estado. En términos del
gasto social (75% del presupuesto), ello implica reducir o contener los
subsidios a los servicios, las transferencias y prestaciones sociales, el
seguro de desempleo y las jubilaciones; y congelar los salarios en educación,
salud y seguridad.
Pero también significa contener o
terminar el gasto “político”; esto es,
frenar nuevas incorporaciones al sector público o nuevos contratos en
instituciones y empresas del Estado (clientelismo político); congelar la obra
pública y la emisión monetaria; rescindir las jubilaciones dobles y de
privilegio, terminar con prebendas, coimas y sobreprecios en compras y
contrataciones del estado (corrupción); controlar los subsidios a partidos
políticos y los gastos en viajes, recepciones, publicidad y otros.
Pero, como es de esperar, el ajuste también conlleva, a corto plazo, el
aumento del desempleo, la disminución del consumo, una menor inversión privada
(por los altos intereses), una mayor evasión tributaria y trabajo en negro, con
el inevitable estancamiento o recesión económica y su costo político.
Ante la deteriorada situación económica, la ciudadanía responsabiliza al
Gobierno: en julio sólo un 30% a 36% aprueba su
gestión. Cunde la desilusión, la insatisfacción y el pesimismo.
La oposición se envalentona y ve oportunidades electorales. El Gobierno,
por su lado, espera que el ajuste genere, a mediano plazo, una baja
considerable en la inflación, estabilidad cambiaria y confianza para atraer
inversiones que reactiven la economía, el empleo y el consumo, con suficiente
tiempo como para lograr una mayoría electoral que lo vuelva a elegir en las
elecciones de noviembre de 2019. Allí el electorado podrá decidir qué prefiere:
déficit fiscal o ajuste.
* Rubén M. Perina es catedrático de la Universidad de George Washington
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