Las recurrentes
crisis argentinas
Politicos
economistas: en 1988, Guido DiTella, Domingo Cavallo y Alvaro Alsogaray.
25 de septiembre
de 2019
La presente incertidumbre financiera y
política de la Argentina no es nada nuevo: forma parte de un patrón de círculos
viciosos recurrentes. Una revisión rápida de la historia contemporánea
argentina nos revela la cruda realidad de una república con una dirigencia
política que periódicamente conduce el país a situaciones de crisis
económica/financiera y política.
Desde 1952 ha habido ocho de ellas (1958/9,
1967, 1975/6, 1985, 1989, 2001 y 2018), con el colapso de la moneda argentina y
la pérdida de ahorros y del valor de inversiones, activos e ingresos.
Todas relacionadas a déficit fiscales
imprudentes, balanza de pagos negativa, emisión monetaria y endeudamiento
excesivo, inflación y devaluación exorbitantes, corralitos y recesión
económica. Como causa y/o efecto de ello, el país ha padecido golpes de estado,
dramáticas renuncias y rápidas sucesiones presidenciales, tanto bajo regímenes
militares como democráticos, y ahora una profunda polarización sociopolítica.
¿Cómo explicar este fenómeno perverso, en un
país que hace 100 años poseía una de las 5 o 6 economías mas dinámicas del
mundo? Una explicación hipotética quizás la encontramos en ciertos rasgos de
la cultura política (valores, actitudes y prácticas
políticas), que parecen prevalecer en una porción significativa de la
ciudadanía y la dirigencia política argentina:
1. La inclinación autoritaria, que
se refleja en los golpes de estado y las dictaduras militares, frecuentes en la
historia argentina, y hasta en gobiernos electos, con transgresiones a
libertades fundamentales, persecución política, represión estatal y violaciones
a los derechos humanos. Este rasgo está asociado también al abuso de poder, al excesivo
intervencionismo estatal en la vida económica, al control de precios y de
cambio, a la manipulación de estadísticas y al proteccionismo.
2. El extremismo o ceguera política de
derecha e izquierda, a pesar del retorno de la democracia en 1983, incluyendo
la incapacidad de negociar y construir consensos sostenibles de gobernanza
democrática, que frecuentemente conduce a la inestabilidad política o crisis de
gobernabilidad, con su consecuente inseguridad financiera y cambiaria,
estancamiento y recesión económica. Surge probablemente de este rasgo la
llamada grieta, reflejada en la división y enfrentamiento entre populistas
autoritarios y republicanos democráticos, entre sectores de menos recursos y
los más pudientes, entre el campo agro-ganadero y la metrópolis
tecno-industrial y burocrática, entre Buenos Aires y el Interior y entre
piqueteros y ciudadanos ocupados.
3. La tentación populista, demagógica
y clientelista para ganar elecciones y permanecer en control del
Estado. Ello abarca el ofrecimiento, y una vez en el poder, la provisión de
subsidios para electricidad, transporte, agua, educación, salud y otros, de
transferencias monetarias a familias en situación de pobreza (30%), de puestos
estatales para políticos y el empoderamiento de dirigentes sociales (punteros y
piqueteros de sindicatos y cooperativas) para movilizar el apoyo callejero y
electoral --generando dependencia económica y sumisión política.
4. La adicción de la dirigencia
política al déficit fiscal excesivo, para cubrir los costos del populismo y
sostener un electoradodependiente y clientelista. Imprudencia fiscal que
resulta en deuda, inflación, devaluación y default -que inevitablemente
perjudica más a sectores de menos recursos, que sin embargo se mantienen
disciplinados políticamente por los subsidios y los planes sociales. Los
gastos del Estado incluyen transferencias a partidos políticos y sus dirigentes
para actividades partidarias y electorales, así como pautas publicitarias para
medios afines al gobierno. Unos 9 millones de contribuyentes cubren los gastos
con sus tributos, mientras que 19 millones se benefician de ellos.
5. La prevalencia de la
corrupción, por obsesión con el poder o por el deseo de
enriquecimiento. Ello involucra a funcionarios públicos, individuos o
corporaciones del sector privado que se enriquecen indebidamente, vía soborno,
prebendas, lavado de dinero, fraude, todo cubierto con una dudosa legalidad que
garantiza la impunidad. Su omnipresencia la revelan diariamente los medios y
las causas judiciales. La corrupción y la impunidad socavan las instituciones
republicanas, incluyendo el sistema de pesos y contrapesos, la Justicia, el
sistema electoral y además sustraen del Estado recursos para servicios
sociales. Con frecuencia acompaña a la corrupción la ineptitud/improvisación de
la dirigencia política, erosionádose así la confianza en la democracia.
¿Cómo evitar estas recurrentes crisis estructurales?
No hay medidas mágicas para producir de un día para otro un cambio
transformador en la cultura política e instaurar una normalidad republicana y
democrática.
El cambio no resultará tampoco de una reforma
del Estado o de nuevas leyes (aunque la dolarización de la economía podría
atenuar la adicción al déficit y la tentación populista). Sólo se logrará
fortaleciendo la cultura política republicana y democrática a través de un
largo proceso de enseñanza y aprendizaje de valores y prácticas cívicas y
democráticas como tolerancia, probidad, transparencia, rendición de cuenta,
diálogo, moderación y prudencia, confianza mutua y respeto por la libertad y la
igualdad, la diversidad y el pluralismo, etc. Valores y prácticas que se
socializan a través del hogar, el sistema educativo, los clubes, los partidos
políticos y los líderes sociales, entre otros. “Es la educación, estúpido”,
diría Sarmiento.
Rubén M. Perina es Analista político, ex
funcionario de la OEA y profesor de la George Washington University.