RUBÉN M. PERINA , Ph.D.|
Siria y el fracaso de la ONU
EL UNIVERSAL,
Caracas, Venezuela
Miércoles 11 de septiembre
de 2013
Si es verdad que el régimen
sirio de Bashar al-Assad ha utilizado armas químicas (sarín) contra la
oposición y su propia población el 21 de agosto pasado, resultando en la muerte
de más de 1.400 inocentes civiles, incluyendo unos 400 niños, ello representa
un crimen de lesa humanidad, violatorio de normas internacionales (Protocolo de
Ginebra de 1925 y Convención sobre armas químicas de 1993). Los inspectores de
la Organización de Naciones Unidas (ONU) seguramente confirmarán el hecho, pero
no tienen mandato para determinar quién utilizó tales armas. El gobierno
norteamericano, por su parte, no tiene dudas sobre el hecho (como en Irak) ni
tampoco de que el responsable es el dictador sirio.
Ni los tratados internacionales,
ni la posible condena y reacción de la ONU, por su violación y por la
responsabilidad colectiva de proteger a poblaciones vulnerables (intervención
humanitaria), ni la amenaza de un ataque militar norteamericano disuadieron al
gobierno sirio de usar armas químicas. El Consejo de Seguridad de la ONU
tampoco ha logrado el consenso necesario para condenar y menos actuar para
sancionar al transgresor y prevenir futuras masacres del pueblo sirio. China y
Rusia se han opuesto a ello.
Sin embargo, varios
países, los sudamericanos (Unasur) entre ellos, sí han condenado un posible
ataque militar norteamericano contra el régimen sirio, y han hecho un llamado
por la paz y las negociaciones (que no ha prosperado), sin poner énfasis en el
genocidio perpetrado y sin proponer una acción realista y urgente para evitar
su recurrencia. La seguridad de la población no parece preocupar tanto como el
"intervencionismo" y la soberanía del Estado represor. La violación a
los derechos humanos, por másaberrante que sea, pasa a segundo plano.
Como en otras ocasiones similares
(Panamá, Kosovo, Libia), la parálisis o abdicación de la responsabilidad
multilateral, da lugar a una intervención unilateral y militar de Estados
Unidos. Aunque su presidente, el "guerrero renuente", prefiere la
acción multilateral y no quiere a su país en otra guerra (ha terminado la de
Irak y está finalizando la de Afganistán), la horripilante situación siria y
las presiones para intervenir han podido más que su preferencia. Alguien tiene
que encargarse de la gobernanza global.
Al presidente Obama lo
"impulsan" a intervenir varias exigencias inherentes a la condición
de líder y primera potencia mundial de Estados Unidos. Entre ellas, la
responsabilidad moral y humanitaria que ha asumido para proteger la vigencia de
derechos humanos elementales y de normas internacionales como la prohibición
del uso de armas bioquímicas; la obligación de cuidar sus intereses
geopolíticos y estratégicos en la región y los de sus aliados (Israel,
Jordania, Egipto, Arabia Saudita, Turquía, Irak); la necesidad de prevenir la
impunidad y el uso futuro de armas químicas en la región y además evitar que
Irán (y Corea del Norte) se sientan envalentonadas para lograr armas nucleares;
la presión doméstica e internacional de castigar y debilitar al régimen de
Al-Assad y facilitar su caída y la victoria de la oposición; y por último, la
responsabilidad de mantener la autoridad y credibilidad de su presidencia y de
su país.
Dada la considerable oposición
de la opinión pública(59%) a un ataque militar, y las constantes críticas de
importantes sectores republicanos, demócratas y del Tea Party, por diferentes y
opuestas razones, el presidente solicitó al Congreso estadounidense autorizar o
no el ataque militar. No está claro cuál será el resultado de la votación, pero
en cualquier caso es muy probable que la inestabilidad, inseguridad y violencia
de la región continúe o empeore.
La parálisis y fracaso del
multilateralismo para prevenir o reaccionar rápida y contundentemente contra la
comisión de crímenes de lesa humanidad y así asegurar la paz y la seguridad
internacional (que de hecho facilita la intervención unilateral) exige una
profunda reflexión tendente a modificar y revitalizar el papel de la ONU y su
Consejo de Seguridad. Un elemento a considerar es la democratización de su sistema
de decisiones: aumentando el número de miembros permanentes, eliminado o
relativizando su derecho al veto (que inmoviliza a la ONU y la torna
irrelevante en casos que requieren intervención humanitaria), y permitiendo una
mayor participación de su Asamblea General en decisiones sobre crisis
humanitarias en base a informes del secretario general.
Profesor en George Washington y
Georgetown University
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