OBAMA: PALOMA O HALCON?
RUBEN M. PERINA, Ph.D.
*
Un
poco de ambos. El presidente Obama prefiere la diplomacia a los ataques
militares, el multilateralismo al intervencionismo unilateral para solucionar
crisis humanitarias, la paz a la guerra, y no quiere a Estados Unidos en otro
conflicto bélico con final incierto.
Pero
a la vez está condicionado por la noción generalizada en la clase y cultura
política norteamericana de que Estados Unidos es la nación indispensable y
excepcional, y de que, por ser potencia y líder mundial, tiene la
responsabilidad moral de actuar cuando la comunidad internacional no lo hace en
casos de crímenes contra la humanidad, así como la obligación de proteger sus
aliados e intereses geopolíticos estratégicos (Esta obsesión
intervencionista la sufrió Centro América y el Caribe en el siglo XX). Pero
además, Obama no puede parecer débil, indeciso o incompetente, ni parecer
culpable de disminuir el poder estadounidense en la gobernanza global. Por eso
aumentó las fuerzas militares en Afganistán, persiguió y liquidó a
Bin-Laden, intervino en Libia, y usa “drones” contra extremistas islámicos.
Tamaño
dilema. Su reluctante inclinación al uso de la fuerza contra el régimen sirio
de Al-Assad, por haber éste utilizado armas químicas contra civiles, se
encontró inesperadamente con una considerable crítica y oposición en la opinión
pública (más del 60% “cansado de guerras”). Se acopló a este sentimiento la
clase política. Paradójicamente, líderes del partido Republicano, tradicionales
“halcones”, han objetado la idea del ataque por su supuesta falta de claridad
en los objetivos, por puro partidismo o por simple desdeño de Obama.
Igualmente el pequeño pero influyente “Tea Party,” que tiene una postura
no-intervencionista y aislacionista invariable. Por ello el presidente pidió
autorización al Congreso para atacar. Sólo una minoría de “halcones” en
el Congreso (liderados por el Senador McCaine) y en centros de análisis
conservadores apoyaban el ataque militar --aunque también criticaban a
Obama por la tardanza en hacerlo o por lo limitado que sería. Algunos líderes
demócratas fieles al presidente también acompañaban el ataque militar.
Pero
a Obama lo salvó una acuerdo/propuesta norteamericana/rusa, aceptada por Siria,
que obliga al régimen a entregar y destruir sus armas químicas. La amenaza e
inminencia del ataque tuvo su efecto. El régimen ya entregó el inventario
de armas químicas –que siempre negó las poseía—y la solución diplomática vía
Naciones Unidas (ONU) y su Consejo de Seguridad está en camino. Pero su
implementación será difícil y compleja mientras continúe la guerra
civil/sectaria siria.
El
acuerdo fue un alivio o “salva-vidas” para todos: Los legisladores
norteamericanos no tuvieron que votar en contra de la opinión pública ni del
Comandante en Jefe. Obama no tuvo que ir contra su preferencia, y hasta puede
argüir que su “estrategia’ logró que los rusos presionaran a Al-Assad a
entregar sus armas químicas, y que el éxito se debió a la amenaza de una
intervención militar. Rusia no perdió su principal aliado en la
región ni su base naval en Siria. Al-Assad permanece en el poder, y si cumple
con la obligación impuesta, hasta podrá clamar victoria y seguir
masacrando impunemente a civiles por otros medios.
Los
claros perdedores han sido la oposición armada (el Ejército Libre Sirio), que
se hubiese beneficiado del ataque norteamericano --aunque probablemente ahora
recibirá mayor apoyo clandestino de la CIA. Y por supuesto la población
vulnerable siria sometida a los sufrimientos y tragedia de la guerra interna,
con sus 100 mil muertos desde marzo del 2011 y 2 millones de refugiados.
La región tampoco quedará libre de inestabilidad, inseguridad y violencia
mientras continúe Al-Assad en el poder, lo que seguirá presentándole al
guerrero renuente el desafío del dilema de intervenir o no.
*Ph.D. Profesor en la
Universidad de Georgetown.
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