Friday, February 2, 2018

La OEA y la erosión de la democracia en Venezuela
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Disyuntiva en la OEA: ¿parálisis o sanciones?
Rubén M. Perina
13 de julio de 2017
La reunión de consulta de ministros de Relaciones Exteriores de la OEA (RC/OEA), realizada en Cancún el 19 de junio pasado, tuvo que suspenderse otra vez por falta de mayoría o consenso entre los Estados miembros. Se lograron sólo 20 de los 23 votos necesarios para adoptar una declaración sobre la situación venezolana que había sido propuesta por “los 14” (Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Paraguay, Perú y Uruguay) y consensuada con países caribeños (Bahamas, Barbados, Belice, Guyana, Jamaica y Santa Lucía). Los demás se abstuvieron o se opusieron, argumentando, bajo presión o extorsión venezolana, que la declaración era violatoria del principio de no intervención. Para los demócratas del hemisferio y la mayoría de venezolanos el resultado fue decepcionante.
La declaración no adoptada era menos exigente y contundente que previas declaraciones de los países proponentes. Manifestaba su preocupación por la situación venezolana; expresaba la urgente necesidad de “un revalorizado diálogo y negociación”; llamaba al cese de la violencia, al respeto del Estado de derecho y los derechos humanos, al acuerdo sobre un calendario electoral, a la reconsideración de la convocatoria de la Asamblea Constituyente, lo más controvertido; y proponía la conformación de un grupo de apoyo y facilitación del diálogo. El documento no pedía la liberación de los presos políticos o el cese de la represión, las detenciones arbitrarias y el enjuiciamiento de civiles en la Justicia militar, ni la restauración de los poderes de la Asamblea Nacional, ni la apertura humanitaria. Esto sí lo exigía la declaración de 11 países al final de la reunión.
Sin embargo, dos recientes eventos han despertado nuevas preocupaciones y desafíos. Uno, el violento ataque chavista a la Asamblea Nacional y sus diputados el 5 de julio, que ha desatado la condena de la comunidad internacional y del secretario general Luis Almagro, quien, una vez más, se ha adelantado a los Estados miembros y ha solicitado la convocatoria de una reunión extraordinaria del Consejo Permanente de la OEA (CP/OEA), lo que muestra nuevamente su liderazgo y su compromiso democrático. La convocatoria tiene ahora más relevancia por el significado del otro evento: la “liberación” del prominente líder político, Leopoldo López, en un régimen de “casa por cárcel”.
Con la sorpresiva “liberación”, el régimen pretende reducir o descomprimir la presión interna de la calle, de las redes sociales y de la solidaridad externa, presión que ha mellado la confianza y la seguridad de sus miembros. Ya se nota su creciente fragmentación y vulnerabilidad. El régimen intenta distraer y generar dudas en la comunidad internacional y busca oxigenar a sus aliados para que se opongan a cualquier intento de condena en la OEA. Pero la concesión es tardía e insuficiente. Hay más de 1.400 presos políticos y más de 90 muertos, se sigue desconociendo a la Asamblea Nacional y ahora a la fiscal general, y no hay calendario electoral.
Pero lo más grave y nefasto para la democracia venezolana es que el régimen continúa con su intención de instalar la Asamblea Constituyente, con la cual se eliminarán las instituciones republicanas, sus garantías y sus libertades, la independencia de poderes, las elecciones directas, libres, secretas y observadas, y se constituirá un régimen de control absoluto por parte del madurismo.
En este crítico y apremiante momento para la democracia venezolana, el grupo de “los 14”, se encuentra en la disyuntiva de, por un lado, permanecer paralizado por la falta de mayoría o consenso; o, por otro lado, intensificar los esfuerzos colectivos para salvar la democracia venezolana y aliviar la crisis humanitaria. Si de esto último se trata, dada la intransigencia caribeña para sumarse a los dos tercios en la RC/OEA, “los 14” deberán, colectiva o individualmente, realizar todas las gestiones posibles con los ocasionales aliados caribeños (Bahamas, Barbados, Jamaica y Santa Lucía), para asegurar una mayoría de 18 en la reunión del CP/OEA convocada por Almagro, mayoría que permitiría adoptar una declaración similar a la de los 11 en Cancún. Aunque su llamado al diálogo será en vano e inútil, ya que este tiene que terminar necesariamente en un acuerdo sobre elecciones, la única solución lógica y democrática a la crisis, y esto el régimen no lo puede aceptar porque sabe que pierde y que es suicida, al menos que se otorgue a sus líderes salvoconducto e inmunidad por los crímenes cometidos.
Pero existe otro escenario de posible acción colectiva, más radical. Ello implicaría pasar de las declaraciones de preocupación y crítica a las sanciones, fuera o dentro del marco institucional de la OEA. En principio, una resolución del CP/OEA podría autorizar a los Estados miembros para que, colectiva o individualmente, tomen medidas que consideren pertinentes, incluyendo sanciones. Pero como es improbable que se adopte tal resolución, los Estados miembros pueden, fuera de la OEA y en el marco de sus potestades soberanas, aplicar una serie de posibles sanciones, como ya lo han hecho algunos países, para presionar e inducir a Maduro a que restaure el orden democrático y respete los derechos humanos y las libertades fundamentales de sus ciudadanos.
Entre las posibles sanciones, colectivas o individuales, figuran el retiro de embajadores (Paraguay), la suspensión de relaciones diplomáticas y consulares, la expulsión de diplomáticos y agregados militares, el embargo de armas y de equipos de represión (Brasil), la suspensión de exportaciones (excepto alimentos y medicina) y de importación de petróleo o productos derivados, o de permisos para su refinado, la suspensión del pago de deuda por petróleo, el congelamiento de activos financieros o económicos de individuos pertenecientes al régimen (Estados Unidos), la suspensión de créditos, de proyectos de inversión o de programas de cooperación, entre otras.
El autor es ex funcionario de OEA y profesor de la George Washington University.



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El Caribe paraliza la OEA
Rubén Perina
14 de junio de 2017
La reunión de cancilleres de la OEA del 31 de mayo pasado, para desilusión de los demócratas de este hemisferio, concluyó sin consenso sobre qué decir o hacer sobre Venezuela. La decisión se postergó hasta la reunión de la Asamblea General de la OEA, a celebrarse en Cancún entre el 19 y el 21 de junio.
El proyecto de declaración presentado por Canadá, Estados Unidos, México, Panamá y Perú, acompañado por Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Honduras, Guatemala, Paraguay y Uruguay ("los 14") no obtuvo el apoyo de los países del Caribe inglés, ni por supuesto de Bolivia, Nicaragua, Ecuador y El Salvador. La declaración pretendía expresar la "profunda preocupación" de los Estados miembros sobre la ruptura del orden democrático y la crisis humanitaria que azota Venezuela. Hacía un llamado al cese de la violencia; al respeto de los derechos humanos, del Estado de derecho y de las competencias de la Asamblea Nacional; al cese de las detenciones arbitrarias, de los juicios militares y de la iniciativa de una Asamblea Constituyente; a la liberación de presos políticos; a la elaboración de un calendario electoral, así como a una renovada negociación que conduzca a un "acuerdo político amplio". Ofrecía "proveer asistencia humanitaria" y conformar un grupo de Estados miembros para facilitar el proceso de negociación entre la oposición y el gobierno.
La declaración, no intervencionista pero solidaria con el pueblo venezolano, que proponía una solución negociada y democrática (elecciones), no pudo aprobarse, ni por consenso o simple mayoría de 18 Estados miembros.
La OEA es efectiva sólo cuando hay consenso y armonía entre sus Estados partes, y entre estos y el secretario general. Por lo contrario, cuando hay división y tensión en estas relaciones, ello deriva en parálisis o inacción, como ahora, a pesar de la tiranía y la tragedia humanitaria que padece uno de sus miembros.
Esta vez la parálisis resultó de la decisión en bloque de la Comunidad del Caribe Inglés más Haití (Caricom, con unos diecisiete millones de habitantes aproximadamente) de no acompañar la propuesta de la mayoría de los países latinoamericanos, más Estados Unidos y Canadá (con unos mil millones de habitantes). Las reglas "democráticas" de la organización (un país, un voto) permitieron que una minoría demográfica obstruyese el intento diplomático de la mayoría de avanzar en la defensa y la promoción colectiva de la democracia, tal cual lo establece la Carta Democrática Interamericana (CDIA) de la OEA. "Nos tienen de prisioneros" comentó un embajador latinoamericano.
En los últimos años la mayoría de los países del Caricom miembros de la OEA, con la excepción ocasional de Bahamas, Barbados, Jamaica y St. Lucia, ha rechazado, siguiendo la línea chavista, cualquier intento de siquiera tratar la crisis venezolana en el Consejo Permanente de la OEA. En esta ocasión, los caribeños rechazaron la propuesta "los 14" y propusieron una declaración alternativa, que coincidía en algunos puntos con la anterior, pero que parecía más preocupada por no "violentar" el principio de no intervención y no ofender a Nicolás Maduro. Al no lograrse una redacción consensuada entre las dos, se acordó suspender la reunión y continuar negociando hasta la Asamblea General.
La posición caribeña extraña a los demócratas de las Américas, porque son países con tradición de democracia parlamentaria liberal. Su postura además indigna porque parecieran ser incapaces de sentir empatía con la mayoría de la población venezolana y su sufrimiento, y parecieran desconocer la tiranía, la represión gubernamental, las muertes diarias y la tragedia humanitaria. Los caribeños objetan el tratamiento del tema venezolano, invocando el principio de no intervención y de soberanía estatal, pero con ello ignoran el compromiso colectivo de defender y promover la democracia representativa y la soberanía popular. Prefieren así apegarse, presionados o extorsionados por Maduro, a los beneficios coyunturales (menguantes) de la dádiva chavista vía PetroCaribe.
También parecen ignorar que invocar el principio de la no intervención en este caso es un despropósito, contrario a los consensos y los compromisos establecidos por todos los Estados miembros en su CDIA; y que no se lo puede invocar para ocultar la ruptura del orden democrático y la violación a los derechos humanos. Si el argumento es desconocimiento de lo que ocurre en Venezuela, la reunión de cancilleres o la Asamblea General podría escuchar un informe sobre la situación en Venezuela de las autoridades de la Asamblea Nacional, de la fiscal general y de la Comisión Interamericana de Derechos humanos, y no sólo una diatriba de la canciller venezolana.
En América hoy día lo prioritario es la vigencia y la defensa de los derechos humanos y la democracia, y no la no intervención necesariamente.

El autor es ex funcionario de OEA y profesor en la Universidad de George Washington.

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Fortaleza y Debilidad de la OEA
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EL NACIONAL,  CARACAS, 
21 DE ABRIL DE 2017 01:42 AM | ACTUALIZADO EL 21 DE ABRIL DE 2017 07:41 AM

Rubén M. Perina, Ph.D.

El  5 de abril, la Canciller de Venezuela, Delcy Rodríguez, se presentó, por tercera vez en los últimos meses, en el Consejo Permanente de la OEA (CP). Allí,  pública y soezmente repitió sus insultos contra el Secretario General (SG) Luis Almagro, por  su actualizado informe sobre la malversada democracia venezolana. También vilipendió a la mayoría de los estados miembros que el 3 de abril habían resuelto, en el marco de la Carta Democrática Interamericana (CDIA), que se había “alterado gravemente  el orden constitucional democrático,” que las sentencias del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) “constituyen una violación del orden constitucional… a pesar de su reciente revisión..” y que es “esencial que el gobierno…asegure la plena restauración del orden democrático.”  Todo ello a pesar de la estridente, insolente y poco diplomática oposición de la delegación venezolana y sus  menguantes aliados, que se retiraron de la reunión. 

La Resolución de la OEA  fue un  logro histórico de la Carta Democrática. Por primera vez  una mayoría de estados miembros activa la Carta en contra de un gobierno que altera el orden democrático, y ya no en contra de una amenaza o un golpe de estado tradicional contra  un gobierno democrático, como ha ocurrido en el pasado. La Resolución además significa una nueva y rotunda derrota para la “diplomacia” del Presidente Maduro y sus aliados; también representa un triunfo para los esfuerzos en defensa de la democracia del secretario general y de los países invocadores de la CDIA,y una reivindicación de la relevancia de la  OEA.  Confirma también la  validez y nueva fortaleza de la CDIA como el instrumento multilateral por excelencia para la defensa y preservación colectiva de la democracia. 

La canciller del chavismo, como de costumbre, también denigró a los diputados de la Asamblea Nacional (AN) y los acusó de golpistas, vende patria, desestabilizadores, lacayos del “hegemón”y de estar en desacato de la Constitución, entre otros improperios;  y aseguró que no ha habido ruptura del orden constitucional y que las instituciones del poder público funcionan según lo establece la Constitución.  
Si bien los representantes de los estados miembros y el SG pueden defenderse de tales abusos e insultos, los diputados o representantes de la AN carecen de la posibilidad de responder “en vivo y en directo”en el CP a los agravios de la canciller. La OEA es un ente intergubernamental tradicional, un club de los Poderes Ejecutivos y de sus embajadores, y no consiente la participación de otro Poder del estado en el seno del CP, sin la autorización del Poder Ejecutivo. Al debatirse la alteración de la institucionalidad democrática en un estado miembro supuestamente democrático, no permitir la participación de todas las partes involucradas, excepto la del Poder ejecutivo, es un despropósito; y hasta parece injusto y antidemocrático no escuchar la otra parte del conflicto inter-institucional.Y aquí yace precisamente una de las debilidades presentes de la OEA.

La OEA, siendo un foro de democracias representativas para la preservación de la democracia, debería en principio poder oír el testimonio de  la otra parte del actual conflicto entre Poderes en Venezuela. Ningún país ni el secretario general tienen la propiedad que posee el Poder legislativo para responder a  las agresiones del Poder ejecutivo y su canciller. Con la voz del “otro” se podría lograr un entendimiento más completo de la conflictiva realidad, lo que facilitaría la apreciación y decisión colectiva. Hubiese sido beneficioso para todos oír a un representante de la AN refutar a la canciller que, abusando de su exclusivo lugar en el CP, se dedicó a atacar impunemente a la oposición y los diputados de la AN.  

Es de destacar que la OEA ha dejado de ser un foro solamente para la resolución de conflictos entre estados –propósito principal para el cual fue fundada en 1948. Hoy día,  con su papel de promotor/defensor de la democracia es también un foro para la consideración y resolución de conflictos internos que amenazan la democracia de un  estado miembro, con el potencial o no de amenazar la paz y seguridad regional.

 Los conflictos inter-institucionales entre el ejecutivo y otros Poderes del estado seguirán siendo en el futuro causa de la alteración del orden democrático.  Si se pretende que la OEA sea un justo y válido foro de democracias representativas (cuyos Poderes públicos son supuestamente iguales e independientes), para facilitar la negociación y la construcción de consenso entre instituciones en conflicto en uno de los estados miembros,  éstos deberán tarde o temprano considerar una reforma a su carta orgánica para permitir en su seno la voz de cualquiera de las instituciones agraviadas en un conflicto inter-institucional, particularmente si el  transgresor es el Poder ejecutivo. En su defecto y mientras tanto,  el secretario general o un estado miembro podría solicitar un informe de la institución agredida para presentarse al Consejo Permanente (o reunión de Cancilleres) al momento de considerarse la alteración del orden democrático en el  estado miembro concernido. 





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07/04/2017 - 00:00
·       Clarin.com
·       Opinión
Clarín, Debate
Venezuela sigue fuera del límite
Rubén M. Perina

·       Crisis en Venezuela
La alteración del orden constitucional democrático en Venezuela continúa. Ello a pesar de que el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) se retractó de las sentencias que despojaban a los diputados de inmunidad parlamentaria y asumía las competencias de la Asamblea Nacional, en flagrante violación del orden constitucional y perpetrando un claro “golpe judicial.” En histórica decisión, los estados miembros de la OEA adoptaron, el 3 de abril, una Resolución que por primera vez activa la Carta Democrática Interamericana (CDIA) de la OEA; esto, en términos de la alteración del orden democrático contra un gobierno dictatorial que lo violenta, y no en contra de una amenaza o golpe militar contra un gobierno democrático, como ha ocurrido en el pasado. La alteración constitucional provocó la condena y la exigencia de la restauración del orden democrático por parte de la comunidad internacional, incluyendo Unasur, Mercosur y la Unión Europea. Hasta la Fiscal General, Luisa Ortega Díaz, reconocida chavista, expresó su preocupación por la sentencia del máximo tribunal.
También ocasionó la nueva convocatoria del Consejo Permanente de la OEA (CP) por parte del secretario general Luis Almagro y de una veintena de estados. En vista de ello, el presidente Maduro obligó al TSJ a retractarse y anular sus sentencias. Pero la retracción no restauró a plenitud las funciones del Poder legislativo. Más de cincuenta sentencias del TSJ amarran y desconocen todavía las competencias de la Asamblea Nacional y le otorgan -inconstitucionalmente- super poderes al Presidente.
La alteración ya había sido constatada en la reunión del CP del 28 marzo pasado, convocada a raíz del contundente informe del secretario general y de la solicitud de Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, EEUU, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Paraguay, Perú y Uruguay.
Estos países, ya habían expresado su profunda preocupación haciendo un llamado urgente a “que se atienda de manera prioritaria la liberación de presos políticos, se reconozca la legitimidad de las decisiones de la Asamblea Nacional, y que se establezca un calendario electoral para las elecciones pospuestas”. La reunión para analizar la situación venezolana se realizó a pesar de la furiosa y poco diplomática oposición de Venezuela y de sus aliados, Bolivia, Ecuador, El Salvador, Nicaragua y algunos países caribeños, y no obstante que su Canciller había exigido su cancelación.
Una derrota que denotó el creciente aislamiento y desubicación del presidente Maduro, evidente ya en su suspensión del Mercosur en 2016. Los diplomáticos venezolanos se dedicaron, sí, a desdeñar a la organización, agraviar a los estados miembros convocantes y denigrar a Almagro en términos soeces.
En la reunión la mayoría de los países constató la “alteración del orden constitucional democrático” en Venezuela”. México advirtió al chavismo que no se puede alegar “intervencionismo” para ocultar la alteración del orden democrático y la violación de los derechos humanos. A la reunión del 3 de abril, sin embargo, inéditamente, el presidente pro-tempore del CP, el representante de Bolivia, Diego Pary, decidió suspenderla, violando el reglamento. Un grave e inútil episodio diplomático conjurado por la agonizante alianza chavista.
Los países convocantes procedieron, con mayoría, a realizar la reunión con la presidencia de Honduras, a pesar de la estridente y no diplomática oposición de Venezuela y sus aliados, que se retiraron. La mayoría del CP aprobó la Resolución, que expresa “su profunda preocupación por la grave alteración inconstitucional del orden democrático…y su apoyo… al diálogo y la negociación para… la restauración pacífica del orden democrático”.
La Resolución supone una nueva y rotunda derrota para la “diplomacia” madurista y sus menguantes aliados; también representa un triunfo para los esfuerzos en defensa de la democracia del secretario general, y de los países americanos invocadores de la Carta Democrática, un triunfo de la OEA.
Confirma también la validez de la CDIA como el instrumento multilateral por excelencia para la defensa y preservación colectiva de la democracia. La supuesta imprecisión del concepto de “alteración del orden democrático” (Arts. 19 y 20) había conspirado contra la posibilidad de su aplicación. Establecer su ocurrencia es un requisito para su invocación y aplicación.
Ahora el régimen chavista ha provisto el modelo empírico de lo que significa ese concepto; o sea, ha aportado los criterios para su aplicación. El próximo paso requiere presión para el cumplimiento de lo resuelto por el CP, lo que podría incluir los buenos oficios de los Cancilleres para una negociación entre el Poder legislativo y el Poder ejecutivo, que acuerde los mecanismos para el llamado a elecciones -la única solución democrática a la crisis- la liberación de los presos políticos, la restauración de las funciones del Poder legislativo y la apertura de un canal humanitario, o en su defecto la convocatoria de una reunión de Cancilleres para considerar la suspensión de Venezuela de la organización
Rubén M. Perina es ex funcionario de la OEA. Profesor de la George Washington University


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